viernes, 9 de diciembre de 2016

Lawrence S. Kraus: Un universo de la nada

Lawrence S. Kraus: Un universo de la nada

Extracto del artículo Cuando la física sustituye a la metafísica, el conocimiento pierde de Carlos Beorlegui.

La presentación de este texto no indica mi acuerdo con él; sólo que merece ser conocido y discutido.

Lawrence M. Krauss estudió en el MIT, es miembro de la Harvard Society of Fellows, y fue profesor de física de la Universidad de Yale, así como presidente del Departamento de Física de la Universidad Case Western Reserve; actualmente dirige el Proyecto Orígenes en la Universidad de Arizona.

Krauss nos indica que el libro en el que vamos a detenernos, tiene su origen en una conferencia suya, pronunciada en 2009 en Los Angeles, conferencia que tuvo un fuerte impacto mediático en el ámbito de internet, habiéndose visualizado hasta más de diez millones de veces (p. 18). Nos afirma también que fue precisamente R. Dawkins quien colgó el vídeo (autor a quien pidió que escribiera el postfacio de su libro), siendo el centro de fuertes discusiones tanto a favor como en contra. El éxito de ese vídeo es el que le hizo advertir el interés de mucha gente por estos temas y lo que le lanzó a escribir el libro.

El autor explicita de modo claro y contundente en su Prefacio los objetivos centrales que persigue con su libro. Aunque se trata de un libro de divulgación de cosmología, lo que le interesa realmente son las cuestiones filosóficas y metafísicas que los avances cosmológicos actuales están planteando.

Así, el objetivo que de fondo persigue el libro es demostrar que nuestro universo es autónomo, y que la creación no necesita un creador (p. 11), situándose constantemente, al estilo de los dos autores anteriores, en un nivel de reflexión que es más propio de un libro de filosofía, de metafísica y de teología, que de física y cosmología.
Además, es significativo que pidiera a Christopher Hitchens que le prologara el libro (aunque, por desgracia, su repentina muerte se lo impidió), y a Richard Dawkins el postfacio. Está clara la pretensión de Krauss de ir acompañado de científicos que se han significado por su esfuerzo divulgador de la ciencia, así como su militancia beligerante a favor de una concepción atea de la realidad [7]. Hay que agradecer al autor la claridad y contundencia con la que expresa sus convicciones, a diferencia de otros autores que se mueven más en territorios ambiguos y poco claros.

En realidad, al contemplar la creación nos admiramos de muchas de sus maravillas, pero no por eso tenemos que inferir, dice el autor, que ha sido creada o diseñada por una inteligencia divina (p. 11). En realidad, la física y las diferentes ciencias naturales explican estas cosas sin necesidad de apelar a un diseñador inteligente sobrenatural.
Considera Krauss que la filosofía se ha preguntado tradicionalmente, cuando el ser humano se situaba maravillado ante la contemplación del mundo, de dónde viene todo, quién ha creado el universo y todo lo que contiene. Se suele responder que todo viene de la causa primera (p. 12), es decir, de Dios, el Creador.
Pero Krauss considera que a esa pregunta se puede contraponer esta otra: ¿Y quién creó al creador? Los creyentes responden que es autosuficiente, increado. Pero Krauss considera que esa afirmación, en sí misma indemostrable, es similar a decir que el mundo es eterno, que es autosuficiente.
Para él, el mundo se nos presenta sin Dios y sin propósito o finalidad alguna (pp. 221- 224).

Para justificar estas afirmaciones, Krauss considera que el universo puede ser perfectamente infinito en espacio y tiempo (p. 13), aunque no lo sabemos del todo todavía.
Al estilo de lo que hemos visto en el caso de Hawking, Krauss también es consciente de que las preguntas clave de la filosofía han sido sobre todo las de por qué hay ser y no nada, por qué el mundo es así y no de otra forma.
Estas cuestiones que eran básicas y pertenecientes a la metafísica, él defiende, al igual que Hawkins, que pueden y deben ser resueltas en la actualidad por la ciencia cosmológica. Así, “aunque se la suele plantear como una cuestión filosófica o teológica, es primero y ante todo una pregunta sobre el mundo natural; por lo tanto, el modo adecuado para intentar resolverla, primero y ante todo, es la ciencia” (13). De ahí que afirme con rotundidad que “el objetivo de este libro es simple.
Quiero mostrar cómo la ciencia moderna, de varias formas, puede enfrentarse y se está enfrentando a la cuestión de por qué hay algo en vez de nada” (p. 13).
La cuestión candente que a continuación nuestro autor pretende dilucidar es qué se entiende con el concepto denada. La metafísica cristiana ha defendido que Dios creó el mundo de la nada.
Pero hoy la ciencia, en opinión de Krauss, muestra que crear algo de la nada “no supone ningún problema” (pp. 13-14). Así es como parece que el universo ha surgido, pero, en opinión de Krauss, sin necesidad de un creador milagrero. Es lo que va a tratar de mostrar a lo largo del libro.
Aunque afirma con toda sinceridad que esta afirmación no está demostrada empíricamente, aunque es plausible afirmarlo como evidencia científica (14).
Se detiene en hacer ver las críticas que ha recibido esta tesis por parte de filósofos y teólogos, en la medida en que argumentan que la idea de nada que el autor maneja desde la ciencia, no es la misma que tradicionalmente se ha entendido en filosofía y teología.
Para ellos, opina Krauss, la nada es la inexistencia, pero en sentido vago y amplio.
En cambio, para Krauss, “la “nada” es en todo tan material y física como lo es “algo”, sobre todo si se va a definir como la “ausencia de algo”. Luego nos corresponde a nosotros comprender con precisión la naturaleza física de estas dos cantidades. Y, sin ciencia, toda definición no es más que palabras” (pp. 14-15).

De modo que parece claro, para Krauss, que la nada es tan material como algo, y que este tema tiene que ser dilucidado, como cualquier otra cuestión, por la ciencia. En múltiples páginas de su libro repetirá contundentemente que toda verdad para ser tal tiene que corroborarse y demostrarse empíricamente (p.16 y 17, entre otras más).

Por otro lado, en su reflexión sobre la nada, nos hace ver que ya no se admite en física que exista el espacio vacío, y no existe, por tanto esa nada de la que hablan filósofos y teólogos.
Y aunque la crítica que le hacen es que en realidad está hablando de un “vacío cuántico”, y no tanto de la nada de la metafísica (p. 15), Krauss opina que el espacio y el tiempo pueden aparecer espontáneamente, pero advierte que sus críticos consideran que esa nada no es la que importa (15).

En realidad, se trataría de un “potencial” que puede crear algo, no tanto de una auténtica nada.
Krauss es consciente de que para la metafísica estas dificultades se evitan considerando que Dios se sitúa fuera de la naturaleza (p. 16), pero la pretensión que persigue con su libro es demostrar que estas cuestiones inútiles de tipo abstracto sobre la nada, tienen que ser sustituidas por reflexiones y demostraciones empíricas de la ciencia.
Por eso, tiene claro que, “en lo que respecta a la comprensión de cómo evoluciona el universo, la religión y la teología han sido, en el mejor de los casos, irrelevantes” (p. 16).
A lo más enturbian las aguas, pero no aportan nada, porque esto sólo se puede dilucidar empíricamente.
Y esta exigencia de pruebas empíricas, considera Krauss que tiene que extenderse a todo, también al ámbito de la moralidad (p. 17).
La ciencia es la que nos ha hecho avanzar con sus exigencias claves: presentar pruebas, falsar teorías, y demostrar cualquier afirmación recurriendo al árbitro de la experiencia.
s lo que ha producido a lo largo de los últimos tiempos los diversos avances de la cosmología.

Entiende Krauss que en las últimas décadas se han producido tan importantes avances en el ámbito de la cosmología, de la teoría de partículas y de la gravitación, que nos han cambiado la forma de ver el universo, su origen, su historia y futuro. 

Y esto es precisamente lo que le ha llevado a escribir este libro, para disipar viejas creencias, aunque más importante que eso es el deseo de celebrar y extender el conocimiento sobre todo esto.
Sus investigaciones sobre este punto, a lo largo de sus tres últimas décadas como científico, le han llevado a “la conclusión de que la mayoría de la energía del universo reside en alguna forma misteriosa, y por el momento inexplicable, que permea todo el espacio vacío” (p. 18).

Pero él sigue diciendo que esto nos lleva a considerar que son pruebas nuevas y destacables de que el universo ha surgido de la nada. Y además, esto ha llevado a considerar que la pregunta de por qué hay ser en vez de nada, no es tan importante, siéndolo más la cuestión sobre los procesos que podrían gobernar la evolución del universo desde su origen, y la de si las leyes de la naturaleza son verdaderamente fundamentales (p. 18).

El meollo del libro se halla en los intentos de Krauss de demostrar que el propio universo se está creando y reproduciéndose en el vacío cuántico, en la medida en que las partículas elementales aparecen y desaparecen con absoluta espontaneidad.
Cuando los físicos y cosmólogos tratan de descubrir las leyes del universo, e incluso calcular aproximadamente el peso total del mismo, se hallan ante la evidencia de que no se justifican sus resultados ateniéndonos sólo a la materia que podemos observar, sino que se tiene que postular también la existencia tanto de materia como energía oscuras, llegándose a calcular nada menos que una proporción de más de 100 a 1 entre la materia oscura y la visible.

l problema está en cómo llegar a demostrar cuestiones como su existencia, si se crearon o no con el big bang,su naturaleza y rasgos característicos, dependiendo de todo ello el que podamos especular con mayor seguridad y acierto cuál será el futuro más posible del universo (pp. 47-50 y 58).
Esto llevaría a la conclusión de que el universo es plano.
Pero las investigaciones cosmológicas llevan también a los científicos a la conclusión de que “la cantidad total de materia oscura en las galaxias y sus cúmulos supera con mucho lo que permiten los cálculos de la nucleosíntesis del Big Bang. Ahora tenemos la certeza de que la materia oscura (…) debe constar de algo completamente nuevo; algo que no existe normalmente en la Tierra.
Esta clase de materia, que no es materia estelar, tampoco es materia terrestre.
¡Pero algo sí que es!” (pp. 58-59).

La dificultad está en que no sabemos todavía cómo es esa materia oscura, y qué tipo de partículas elementales la componen. Los experimentos realizados en el acelerador de partículas de Ginebra, están permitiendo al menos descubrir cuánta materia oscura existe, aunque no lleguemos todavía a saber cómo es (p. 60).

A la dificultad de descubrir la naturaleza de la materia oscura, se une la de analizar los rasgos específicos de laenergía oscura, en la medida de que la tesis de que el universo es plano llevaba a la conclusión de que el 70% de la energía del universo seguía sin localizar (p. 81).

En realidad, la mecánica cuántica ya nos descubrió el concepto de antimateria, puesto que, como ya descubrió Dirac, el positrón es la antipartícula del electrón.
Podemos, pues, afirmar que cada partícula elemental posee su antipartícula, de tal modo que se equilibran, e incluso su fusión les hace desaparecer, llegando a entender que un universo totalmente simétrico (compuesto de igual número de partículas y antipartículas) llegaría a desaparecer.
ería uno de tantos universos de los muchos multiversos, que podrían haber desaparecido (pp. 88-89).

La existencia de antipartículas, como indica Krauss, constituye “una demostración gráfica de que el espacio vacío no está tan vacío” (p. 89). En realidad, como mostró Feynemann, la teoría de la relatividad supone que una partícula elemental de carga positiva (positrón) exija la existencia de otra partícula con la misma masa y propiedades complementarias de carga negativa (electrón).
Así, se está en permanente desaparición y aparición de nuevas partículas, que chocan e interactúan entre sí. Esto le hace afirmar a Krauss que en el transcurrir de esa interacción entre partículas complementarias, “al menos por un momento ¡algo se ha generado de la nada!” (p. 92).

A estas partículas que aparecen y desaparecen, en “escalas temporales demasiado cortas como para medirlas”, se las suele denominar partículasvirtuales. Está claro, como indica Krauss, que estas partículas, aunque posean una existencia real tan breve, “sus efectosindirectos provocan la mayoría de las características del universo que hoy experimentamos” (p. 93).

Este conjunto de partículas virtuales componen la mayoría de nuestra masa y de todo lo que es visible en el universo (p. 96). Pero hemos de ser conscientes de que esa materia visible constituye tan sólo el 1% de todo el universo, siendo el 99% restante materia y energía oscuras, que son las que explican que el universo esté en expansión acelerada, produciendo una sobreaceleración o tirón cósmico (pp. 111-119; 174).

Por eso es comprensible que Krauss considere que “el origen y naturaleza de la energía oscura es, sin duda, el mayor misterio de la física fundamental de hoy” (p. 119).

Por tanto, el espacio vacío tiene energía, y es la que produce la expansión del universo. 

Y en ese espacio vacío es donde se produce la creación de partículas virtuales, así como campos de energía cuyas magnitudes están variando constantemente, debido a lo que se denominan fluctuaciones cuánticas (p. 128).

Todos estos fenómenos se deben al hecho de hallarnos en un universo inflacionario, de tal forma que “todos estamos aquí debido a las fluctuaciones cuánticas en lo que es esencialmente nada” (p. 129). Por tanto, todo ha salido de una nada cuántica (p. 129), de tal modo que el universo está generando materia y energía continuamente, tanto positiva como negativa, y se está expandiendo también continuamente.

Y esta capacidad de la nada de producir continuamente nueva materia y energía es lo que permite hacer razonable, e incluso exigible, la existencia de los multiversos y formar un megaverso, resultando de este modo un conjunto de paisajes cósmicos muy diversos, tal y como veíamos con L. Susskind, y explicándose de este modo científico, sin recurrir a causas sobrenaturales, la posibilidad de un mundo antrópico como el nuestro, dentro del resto de los multiversos (pp. 160-164).

Para Krauss, es evidente que un universo que surge de la nada es la hipótesis más coherente con todo lo que los físicos y cosmólogos están descubriendo en la actualidad sobre la naturaleza del universo. Pero este convencimiento, en opinión de Krauss, no se ha logrado desde posturas filosóficas o teológicas, sino científicas, desde los avances de la física de partículas y la cosmología empírica que nos ha ido mostrando (p. 179).

Así, vuelve de nuevo a repetir que a las cuestiones de por qué hay algo en vez de nada, y por qué lo que hay es así y no de otra forma, no se responden apelando a la acción creadora de Dios, sino a la propia naturaleza del universo, que desde la nada va haciendo surgir materia y energía de forma espontánea.
Hay, por tanto, que superar la idea de un Dios milagrero y tapa-agujeros, que interviene continuamente en el universo, para atenernos a los datos empíricos que nos presentan las ciencias. Pero nuestro autor no quiere escapar de las críticas a las que le someten los que creen en un Dios creador de todo, y se detiene en analizar los diversos significados que puede tener la cuestión de que algo surja de la nada.

Frente a la nada metafísica, en la que se apoyan los creyentes y otros filósofos, Krauss entiende la nada meramente como “el espacio vacío” (p. 186).

 Y en ese espacio vacío es donde, como consecuencia de la naturaleza del universo inflacionario, se crean las partículas virtuales que constituyen la materia y energía de todo lo que hay. Y aunque el sentido común nos dice que de la nada no puede salir algo, la mecánica cuántica, en opinión de Krauss, nos ha mostrado que el sentido común se equivoca, advirtiéndose que “la ciencia, simplemente, nos obliga a revisar qué es lo razonable para así acomodarnos al universo, pero no al revés” (p. 189).
Por tanto, una conclusión se impone:
 “haber observado que el universo es plano y que la energía gravitatoria newtoniana local es hoy, esencialmente, cero, sugiere con fuerza que nuestro universo surgió mediante un proceso similar al de la inflación; un proceso por el que la energía del espacio vacío (nada) se ve convertida en la energía de algo, durante un tiempo en el que el universo se aproxima cada vez más a ser, en lo esencial, exactamente plano en todas las escalas observables” (p. 189). 
Pero esto no es suficiente para Krauss.

Sólo representa el primer paso de lo que quiere afirmar. La nada es para nuestro autor una realidad inestable. El espacio vacío es “un caldo hirviente de partículas virtuales que existen y dejan de existir en un lapso de tiempo tan breve que no las podemos ver directamente” (p. 191). Y esa nada produce algo, aunque sólo sea por un instante.
Pero también se producen partículas virtuales que se mantienen y se expanden por todo el universo, y, al mismo tiempo, el campo que se genera por la superposición de varias de ellas, es completamente real. En definitiva, es cierto que de la nada puede surgir algo; pero es que, además, “es preciso que ocurra”, afirma Krauss (p. 194).
Prueba de ello es que vivimos en un universo de esta materia formada desde la nada, porque lo raro y excepcional, según Krauss, es que nuestro universo está compuesto de materia, y no tanto de antimateria en grandes cantidades (es lo que tendría que ocurrir para que se cumpliera lo que dice la mecánica cuántica: para cada partícula de materia, puede existir una antipartícula de la misma carga). Sería un universo totalmente simétrico.
Pero, si así fuera, el universo se aniquilaría y nosotros no estaríamos aquí para contarlo. Vivimos, pues, en un universo asimétrico de materia y antimateria, aunque no sepamos explicar del todo cómo y por qué esto es así.
ero lo que sí muestra todo esto, en opinión de Krauss, es que “la nada es inestable”, y esta es la forma que él tiene de responder a la cuestión de por qué hay algo, en vez de nada (p. 198).
El excedente de materia frente a la antimateria como consecuencia del Big Bang, puede ser un obstáculo para explicar la naturaleza de nuestro mundo, pero no lo sería tanto “si esta asimetría pudiera surgir de forma dinámica después del Big Bang” (p. 198).
La solución está en considerar que de un universo simétrico, vacío, se pasó a la existencia de la materia, con zonas y fases menos simétricas que crecieron con rapidez, y dieron lugar a la creación de partículas.
Es el resultado de que la nada sea inestable.

En el último capítulo, Krauss vuelve a centrarse en la diferencia de planteamientos del concepto de nada de la metafísica y la teología, y la que él plantea. Los que creen que el universo ha surgido por efecto de la acción creadora de Dios, rebaten la postura de Krauss señalando que, bajo su idea de nada, existe un potencial de existencia, propio de la naturaleza del universo, que hace que surjan las partículas virtuales; luego, no es una auténtica nada.

Krauss responde que lo mismo se puede replicare a la teoría creacionista, en la medida en que, si todo surge de Dios, en él se daría un potencial de existencia, aunque de tipo sobrenatural, no natural. Con lo cual, estaríamos, según él, en igualdad de condiciones (pp. 213-217).

La ventaja, según Krauss, de su tesis frente a la creacionista, es que puede ser sometida a demostración empírica, aunque todavía no pueda ser demostrada del todo.
Además, en el caso de que se tenga que echar mano de un dios, como origen del universo, piensa Krauss que no sería el dios personal de las religiones, sino, al estilo de Einstein, vendría a ser algo impersonal, como la solución racional a las grandes cuestiones del universo (p. 215).

Además, le parece también satisfactoria la teoría de los multiversos para justificar el principio antrópico: nuestro mundo es uno más entre los muchísimos universos posiblemente existentes, que habrían surgido de la nada, a través de los procedimientos a que ya hemos hecho referencia.
Así, considera Krauss que ya no tiene sentido preguntarse por el origen y las leyes de nuestro universo, porque se explicarían simplemente como el resultado del juego estocástico entre una multitud amplia de universos (pp. 218-219).

En conclusión, las únicas respuestas que importan y resuelven los problemas son las de la ciencia, que pueden llegar a demostrarse con el tiempo. “Esta es la razón, nos dice, por la que la teología y la filosofía son incapaces, en último término, de encarar por sí mismas las cuestiones verdaderamente fundamentales que nos desconciertan sobre nuestra existencia. Hasta que abramos los ojos y dejemos que la naturaleza lleve la voz cantante, estamos condenados a dar bandazos miopes” (p. 221).

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