viernes, 5 de diciembre de 2014

El hombre como argumento.

El hombre como argumento.
“La pregunta por el ser del hombre” Miguel MOREY (Barcelona, 1950) Catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona. 
La pregunta por el ser del hombre, que suele considerarse como nudo central de la reflexión antropológica, es una cuestión a todas luces excesiva. 
Aun en el supuesto de que consideráramos que no es tarea de la Antropología Filosófica dar respuesta cumplida a tal cuestión, sino determinarla de un modo riguroso; aun en el supuesto de que asumiéramos para la A. F., con modestia, una función esclarecedora o crítica, no por ello su estatuto dejaría de ser problemático. Y ello hasta el punto de que establecer el envite de su propia problematicidad se ha convertido, como es notorio, en la primera y urgente tarea de toda A. F. Scheler, en uno de los textos considerados como fundacionales de la A. F., expresa el primer rasgo de esta problematicidad con unas palabras que han pasado hoy a ser emblema: “En ninguna época de la historia ha resultado el hombre tan problemático para sí mismo como en la actualidad”. 

Y añade: “Poseemos una antropología científica, otra filosófica y otra teológica, que no se preocupan una de otra. Pero no poseemos una idea unitaria del hombre. Por otra parte, la multitud siempre creciente de ciencias especiales que se ocupan del hombre, ocultan la esencia de éste mucho mucho más que lo iluminan, por valiosas que sean”.
Así deberíamos comenzar diciendo que, en buena medida, esta problematicidad de la A. F le viene dada por el carácter eminentemente problemático de su mismo objeto, el hombre, de quien no poseemos una idea unitaria a pesar (y aquí podríamos aplicar el célebre recelo proustiana, y preguntarnos si en éste “a pesar” no hay un “porque” escondido) de los crecientes saberes parciales que sobre lo humano no dejan de acumularse: ocultando tal vez su esencia. Heidegger parafraseará la formulación de Scheler en estos términos, casi exactos:
“Ningúna época acumuló tantos y tan ricos conocimientos sobre el hombre como la nuestra. Ninguna época logró que este saber fuera tan rápida y cómodamente accesible. Ninguna época, no obstante, supo 1menos qué es el hombre. A ningún tiempo se le presentó el hombre como un ser tan misterioso”. 
Si aceptáramos la distinción de Landmann (1961), entre antropología(s)
y criptoantropología(s), o mejor (1962) entre “antropología(s) explícita(s)” y “antropología(s) implícita(s)”, deberíamos decir entonces que la A. F., en tanto que tarea filosófica de construcción de una antropología explícita, es paralela al descubrimiento (moderno) del carácter problemático de lo humano. Y que es precisamente la consciencia de esta problematicidad lo que permite establecer un primer amago de criterio de demarcación para la A. F., tanto respecto del resto de discursos filosóficos que, de un modo u otro, se ha ocupado de lo humano (en particular, de aquellos modelos de pensar filosófico que, en la historia, han precedido a la constitución de la A. F.), como de los discursos antropológicos de carácter no-filosófico. 
García Bacca (1982) alude al primer aspecto com estas palabras:
“Empleo la distinción entre tema y problema, y digo: hasta la concepción moderna del Universo, por tanto, hasta la nuestra. El hombre ha sido tema, a saber: algo perfectamente determinado según la fuerza de la palabra griega; algo definido, estable y permanente. Pero
la concepción moderna del Universo, en la que estamos todos sumergidos y empapados, considera al hombre, y se siente, como problema en todos los órdenes. Nuestra existencia es problemática y nuestra esencia, problematicidad. Las anteriores: la griega y la medieval, son tema: algo bien puesto, firme, estable y permanente”.
Por su parte, Landmann (1961) distingue entre discurso antropológico filosófico y no-filosófico utilizando también el mismo criterio de la problematicidad: “La antropología física y etnológica presuponen conocimientos de lo que el hombre es e investigan simplemente sus caracteres exteriores o sus obras culturales. La filosofía, en cambio, se plantea como problema el conocimiento que aquellas ciencias presuponen acerca del hombre y se pregunta qué es lo que diferencia al ser humano de todos los demás seres”.
Así, en una primera aproximación, debería decirse que es precisamente la conciencia de la problematicidad del hecho diferencial humano lo que hace de la A.F lo que es: una disciplina problemática. Por ello, su proceder podría presentarse como inverso, en cierto modo, al de la mayor parte de los discursos sabios –la definición de su objeto (si se prefiere, la respuesta a la pregunta: “¿Qué es el hombre?”) no sería el primer paso de su andadura sino, en todo caso, el trámite final. Tal vez en ello resida buena parte de la razón de su título de nobleza:
“filosófica” –porque también responder a la pregunta por ¿qué es la filosofía? es, no un punto de partida, sino el término último de todo auténtico filosofar. Es decir: de todo pensar que se busca a sí mismo en el trámite de despoblarse de sus presupuestos –de todo preguntar que busca fundarse. 

Siga leyendo

Ver más

La verdadera esencia de la ciencia y la filosofía

La verdadera esencia de la ciencia y la filosofía

Nadie puede ser libre si no se le concede, se le reconoce y se le alimenta la capacidad de fantasía, que es, con seguridad, la capacidad misma de independencia y condición de la crítica.

La forma en que existen hoy en día la ciencia y la filosofía es como investigación. Quien no investigue, en el mundo de nuestros días, es un curioso, alguien con intereses intelectuales, en fin, incluso un amante de la lectura y las buenas discusiones. No más. Lo cual, desde luego, no es poco.
Ahora bien, la ciencia y la filosofía no se hacen sin buenas bibliotecas y hemerotecas; no sin laboratorios idóneamente dotados y experticia técnica; no sin el conocimiento de por lo menos un idioma extranjero y la participación en los circuitos correspondientes de conferencias en los que se habla y discute generalmente acerca de los más recientes desarrollos en cada campo; no sin computadores y oficinas decorosas, y ciertamente no sin asistentes de investigación, que muchas veces dispensan especialmente de las tareas mecánicas o administrativas.
Y, sin embargo, nada de ello define a un científico o filósofo por excelencia. Por el contrario, y muy radicalmente, nadie puede ser un filósofo o científico sin una estupenda capacidad de imaginación, fantasía, juegos ideatorios, con toda la libertad, sin constricciones de ningún tipo, y como juegos y experimentos llevados hasta el extremo. Frente al poder y la capacidad de la imaginación y la fantasía, todo lo demás es mecánica, técnica y destrezas. Incluso, lo cual es encomiable, puede ser mucho esfuerzo y trabajo, todo lo cual, fundamentales como son, resultan al cabo insuficientes.
El concepto de experimento mental aparece, sin embargo, apenas hacia 1812, cuando H. Ch. Oersted lo emplea en su sentido actual, y se convierte en una heurística de la investigación, con seguridad la más importante de todas las heurísticas. El concepto originario aparece en alemán y es unGedankenexperiment. En lo sucesivo el término se emplea en prácticamente todos los idiomas mayores de occidente, incluido, desde luego, el español.
De hecho, los más importantes experimentos en la historia de la filosofía y la ciencia no son experimentos empíricos, físicos y positivos. Por el contrario, son, literalmente, experimentos mentales. Muy recientemente, por ejemplo, es conocido como el propio Einstein expresó que los más importantes de sus experimentos fueron justamente ideatorios, actos y procesos de la fantasía, gracias a los cuales pudo desarrollar su teoría.
Uno de los más famosos experimentos mentales de todos los tiempos es el gato de Schrödinger, un juego ideado por el físico austriaco como una forma de distanciarse del debate entre Bohr y Einstein. (La personalidad misma de Schrödinger se corresponde con los juegos de fantasía, siendo él un hombre de sentido de mundo, extraordinario buen humor y conocedor del savoir vivre).
Es sabido que Galileo jamás se subió hasta el extremo superior de la Torre (inclinada) de Pisa y que sus estudios sobre caída libre y fricción fueron el resultado de experimentos mentales. Para no mencionar que, siendo un joven avezado, se aburría cuando sus profesores, todos jesuitas, llevaban a los cursos a la iglesia a orar. El joven Galileo prefería imaginar lo que sucedería si ese invento reciente, el reloj de péndulo, tuviera el péndulo más corto, o más largo. Esta clase de experimentos le permitirían a Galileo sentar las bases de la mecánica clásica, cuyo epítome sería la obra de I. Newton.
En filosofía, quizás el más famoso de todos los experimentos mentales es la paradoja de Zenón, o el burro de Buridano. Heurísticas maravillosas que alcanzaron una impronta fundamental en la cultura humana en general, y en ciencia y filosofía en particular.
Son numerosos los usos que se le encuentran y se le pueden hallar a los experimentos mentales. Lo importante, con todo, radica en el reconocimiento expreso de que los programas de educación, en general, y en particular los programas de educación en ciencia y filosofía, casi jamás enseñan a realizar experimentos mentales —todos, hoy por hoy, preocupados por desarrollar competencias interpretativas y otra clase nimiedades—. Todas las cuales se encargan de arrojar sombras sobre la libertad de la fantasía y la imaginación.
Los experimentos mentales han sido igualmente reconocidos y trabajados como "pompas de intuición". Esa capacidad que es anterior y sobrepasa con mucho al análisis. La intuición, una capacidad innata en todos los seres humanos, pero que es deformada y atrofiada por el peso de una cultura eminentemente racionalista y analítica.
Sería interesante montar un curso ilustrando la historia de la filosofía desde la Grecia antigua hasta nuestros días, o también de la ciencia moderna y contemporánea consistente en experimentos mentales. La máquina de Feymann, la paradoja EPR (Einstein–Podolsky–Rosen), la habitación china (en filosofía de la mente y ciencias cognitivas), el demonio de Maxwell, y tantos otros.
La capacidad de soñar, de imaginar, de fantasear. Sin saber incluso qué resultará de ello, y ciertamente no a priori. La fantasía y la imaginación, tanto como la intuición, tienen eso de particular: que se oponen a cualquier mecanismo de control y de administración, en cualquier acepción de la palabra.
Formar en ciencia y filosofía consiste, ciertamente, en formar gente libre. Pero de todas las libertades, con seguridad la primera y más radical consiste en soñar, imaginar, fantasear. Por ejemplo, soñar mundos posibles, imaginar alternativas a hechos reales. La lógica de contrafácticos, por ejemplo, es conspicua al respecto. Una lógica que es de gran ayuda en campos como los estudios políticos, las relaciones internacionales y los análisis de sistemas administrativos, por ejemplo.
Nadie puede ser libre si no se le concede, se le reconoce y se le alimenta la capacidad de fantasía, que es, con seguridad, la capacidad misma de independencia y condición de la crítica. Al fin y al cabo, la verdadera esencia de la ciencia y la filosofía estriba —como es de hecho ya el caso en las artes, la literatura y la poesía— en soñar posibilidades, imaginar espacios, tiempos, estructuras y dinámicas posibles. Todo ello en un mundo que se olvidó de soñar y que no le otorga espacios a la fantasía. Soñar lo posible, e incluso lo imposible mismo.

Escriba lo que desea buscar en este blog

Archivo del blog