Que la filosofía es una disciplina que conduce a la paz del espíritu y rechaza la pasión, constituye una de las tesis básicas de la corriente filosófica imperante, que he denominado “tradicional, racional y teocéntrica”, en mi obra Antropos.
Además esta actitud es contradicha por los grandes filósofos, poetas, que al ser lo uno y lo otro, se acercan un poco más a las eternas verdades que el humano añora, a través no solo del intelecto sino de la pasión. Señalemos a dos de ellos: Rousseau y Nietzsche.
Ambos aquejados, ciertamente, por trastornos de salud. Parece que esta última, si bien conduce a la felicidad, se aleja de la sabiduría.
“Puede afirmarse que el hombre feliz jamás fantasea, y sí tan solo el insatisfecho…”, escribe Freud.
Esto, aplicado al poeta, también puede serlo al filósofo. (Así se puede asegurar que el hombre feliz se dedica a disfrutar la vida y le es indiferente la filosofía).
Tanto Rousseau como Nietzsche, aman apasionadamente la vida, esta vida.
Desean intensamente el gozo, la dicha, en fin, lo más difícil de alcanzar: la felicidad.
En esto, y en otros puntos, difieren de aquellos filósofos tradicionales, racionales y teocéntricos, que van desde Sócrates hasta Kant y quienes, a pesar de ser más sanos, establecen la imposibilidad absoluta de la felicidad en este mundo.
Sin duda alguna es más fácil partir del postulado pesimista que afirma que el hombre no puede alcanzar la felicidad, que lanzarse a la desaforada lucha por lograrla.
En otras palabras, es más fácil pensar que vivir.
Es indiscutible que todos los humanos poseen necesidades instintivas que han de reprimir dentro del contexto social en el que viven.
Pero también no es menos cierto que estas necesidades son más imperiosas en unos humanos que en otros.
Los poetas son seres insaciables. A
l no lograr satisfacer su necesidad más imperiosa, la de amar, se lanzan a la creación literaria.
A través de ella, descargan sus desaforadas pasiones, sus más prohibidos deseos. Al hacerlo, se convierten, en menor o mayor grado, filósofos. Se puede afirmar que toda poesía es filosofía; por el contrario, no toda filosofía es poesía.
En el mundo clásico, Heráclito, Platón y Lucrecio son poetas y filósofos. En el mundo moderno, entre otros, Rousseau y Nietzsche; no así Kant ni Heidegger.
Y hay diferencia entre uno y otros. Entre los filósofos que son solamente filósofos y entre los filósofos que al mismo tiempo son poetas.
Los primeros, simplemente huyen de las pasiones y tranquilamente se dedican a razonar con una lógica implacable que satisface todo deseo sensual o sexual. Piensan mucho, viven poco, gozan poco, sufren poco.
Los segundos, le hacen frente a las pasiones, se adentran en ellas. Al no poder saciar todos sus deseos, se dedican a razonar, pero con una razón que conlleva más vida que lógica.
Viven mucho, gozan mucho, sufren mucho; como consecuencia, piensan mucho.
“Y el camino de las pasiones me condujo a la verdadera filosofía”, dice Rousseau. Luego, insiste en la importancia de sentir al afirmar que, antes de pensar, sintió.
“Ver la ciencia con la óptica del artista, y el arte, con la de la vida…”, afirma Nietzsche al proclamar a un dios que satisfaga todos sus instintos, todas sus necesidades, que desboque toda su animalidad pasional, pero que a la vez sea un artista:
“…tan sólo un dios-artista completamente amoral y desprovisto de escrúpulos, que tanto en el construir como en el destruir, en el bien como en el mal, lo que quiere es darse cuenta de su placer y su soberanía idénticos, un dios-artista que, creando mundos, se desembaraza de la necesidad implicada en la plenitud y la sobre plenitud, del sufrimiento de las antítesis en él acumuladas…”.
Tal dios es Dionisos, que representa lo inconsciente, lo instintivo, la expresión de las emociones más altas y fuertes tanto de felicidad como de infelicidad.
Rousseau confiesa: “Son tan vehementes mis pasiones que mientras estoy dominado por ellas, mi impetuosidad no tiene límites...”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario