De política y cosas peores
Por: ARMANDO CAMORRA
A esa muchacha le dicen “La Ciento Once” porque empieza con uno, sigue con uno y acaba con uno…
Ahora tome cualquiera de mis cuatro lectores los dos últimos números del año en que nació. A esa cifra súmele la edad que este año cumple. Le diré el resultado: 111. ¿Verdad que no me equivoqué?... Hay una útil rama de la filosofía, que es la filosofía parda. Esa filosofía tiene la cualidad de no ser demasiado filosófica.
Se identifica más bien con el sentido común, y tiende a ver las cosas como son. En cambio en la filosofía tradicional las cosas son como las ve el filósofo, si es que las ve. Quien practica –como yo- la filosofía parda sabe que todas las cosas buenas tienen una miaja de malo, y que en todas las cosas malas hay siquiera sea un asomo de bueno. Pondré un ejemplo de lo bueno que en lo malo hay.
Desde que la inseguridad se enseñoreó de nuestra vida diaria, ya ningún conductor le mienta a otro la madre con cinco bocinazos de su claxon si lo rebasa o hace un viraje brusco al manejar. El miedo nos ha hecho adquirir virtudes de prudencia y cortesía.
Ejemplificaré también la afirmación de que en todo lo bueno hay algo malo, aunque sea un poco. Una de las más grandes invenciones habidas en el pasado siglo fue la minifalda. ¡Loor eterno sea tributado a quien la ideó, haya sido hombre ansioso de ver o mujer anhelosa de ser vista! Golosina para la golosa mirada varonil –que no es grosero acoso, según dicen algunas belicosas feministas, sino rendido homenaje a ese misterio que se llama “el eterno femenino”-, la minifalda nos abrió a los hombres la puerta a la contemplación de ese doble camino de Santiago, las piernas de la mujer, que lleva al peregrino de regreso al origen de la vida.
Y sin embargo esa invención magnífica, la minifalda, hizo que se volviera popular la pantimedia, artilugio ortodoxo y antiestético contra el cual se estrella, como contra inmisericorde muro, la enfebrecida búsqueda de la felicidad. Aquí dejo escapar un hondo suspiro de nostalgia por aquellas sensuales medias que ceñían como guirnaldas los hospitalarios muslos femeninos, y aquellos eróticos ligueros capaces de levantar los rijos del mismísimo Tomás de Kempis.
Con la desaparición de esas hermosas prendas el mundo perdió un pétalo de su belleza. Y tal pérdida se debió la pantimedia, de la cual en buena parte la minifalda fue culpable. En fin, vaya una cosa mala por tantas cosas buenas que la minifalda trajo para aumentar el garbo y libertad de la mujer.
Libertad, dije. Y pregunto: ¿será cierto que en Sinaloa ha surgido una intentona del conservadurismo para prohibir el uso de la minifalda? No concibo que algo como eso pueda suceder en nuestros tiempos, y menos aún en aquel bello estado que tiene por capital a Culiacán. Hay quienes, con criterio torpe, dicen que ciertas formas de vestir de la mujer son tan provocativas que motivan actos como la violación.
Esa estúpida idea tiene su origen en la machista concepción según la cual las mujeres son culpables de las agresiones de que las hacen víctimas los hombres. Si alguien en Sinaloa sostiene tal criterio, si aboga por prohibir la minifalda, yo lo fustigaré con una sonora trompetilla.
Y le aseguro que esa pedorreta se oirá hasta en los últimos confines de la Patria, pues quien tal haga atentará no sólo contra la libertad, que es bien valioso, sino también contra el gozo y la alegría de vivir.
Y eso sí es pecado imperdonable para el cual no hay posible absolución… Envío. Este artículo está dedicado a los añosos caballeros que forman en mi ciudad la mesa de café llamada de “Los Minifaldos”. Se llama así esa mesa porque todos sus integrantes están a 5 centímetros del hoyo.
También dedico este imperfecto texto a aquel señor, igualmente ya muy entrado en años, que en la banca de un parque veía con un amigo de su misma edad pasar a las hermosas chicas que vestían brevísimas falditas.
“¡Mire nomás, compadre! –gimió con desolado acento el carcamal-. Las muchachas en la época de la minifalda ¡y nosotros en la época de la minipicha!”…
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"La vida, dijo (Pitágoras), se parece a una asamblea de gente en los Juegos; así como unos acuden a ellos para competir, otros para comerciar y los mejores (vienen) en calidad de espectadores, de la misma manera, en la vida, los esclavos andan a la caza de reputación y ganancia, los filósofos, en cambio, de la verdad." Diógenes Laercio, Vidas de filósofos ilustres, VIII
sábado, 4 de junio de 2011
La filosofía parda
Publicado por
JOSÉ DAVID
en
10:44
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Etiquetas:
FILOSOFÍA,
La filosofía parda
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