Ontología y Epistemología / Realismo e Idealismo / Sujeto y Objeto
Los planteamientos espistemológicos están dados en función del análisis de la experiencia en términos de sujeto y objeto (S/O) [301].
La fertilidad de este análisis, aparte de su significación pragmática, es indiscutible, puesto que desde sus coordenadas se organizan los métodos de la fisiología y de la psicología de la percepción. Sólo que tanto la fisiología, como la psicología de la percepción, siendo ciencias cerradas, presuponen ya dados (en la experiencia adulta definida en un determinado nivel cultural) los objetos que ellas mismas tratan de reconstruir: ese árbol, o la Luna. Mientras que la problemática filosófica, en cambio, se refiere al tipo de realidad que pueda corresponder a los objetos dados mismos.
Y estos objetos no se circunscriben, en modo alguno, a aquellos contenidos que constituyen el campo de la Fisiología y de la Psicología, puesto que entre los objetos hay que hacer figurar, cada vez en mayor número, a los “objetos” introducidos por las ciencias modernas. Por consiguiente, la problemática “epistemológica” ha de considerarse envolviendo a la teoría de la ciencia. Y esto se deduce simplemente del hecho de que las ciencias mismas (sobre todo, la ciencia moderna, a través de los nuevos aparatos, desde el microscopio electrónico hasta el radiotelescopio) contribuyen masivamente a los procesos de constitución de los objetos del mundo y de su estructura.
Dicho de otro modo: el “mundo” no puede considerarse como una realidad “perfecta” que estuviese dada previamente a la constitución de las ciencias, una realidad que hubiera ya estado presente, en lo fundamental, al conocimiento de los hombres del Paleolítico o de la Edad de Hierro. Por el contrario, el mundo heredado, en las diversas culturas, visto desde la ciencia del presente [189], es un mundo “infecto”, no terminado. Las ciencias, aun partiendo necesariamente de los lineamientos “arcaicos” del mundo, contribuirán decisivamente a desarrollarlo y, desde luego, a ampliarlo (el “enjambre” Ω del Centauro, a 21.500 años luz; la “pequeña nube de Magallanes” y el “enjambre” NGC362, a 50.000 años luz del Sol; las nebulosas de la constelación del Boyero, a más de 200 millones años luz,…).
Ahora bien: damos también por supuesto que la disyuntiva filosófica, y el dilema consecutivo, entre el realismo y el idealismo dependen del análisis de la experiencia en términos de sujeto y de objeto. Pues la experiencia, así analizada, comporta, por un lado, la organización apotética [183] y discreta de los objetos constitutivos del mundo (árboles, Luna,…) y, desde luego, de los otros sujetos, sobre todo animales; y, por otro lado, la necesidad (postulada contra cualquier pretensión “mágica” de acción a distancia [375]) de un contacto (de naturaleza electromagnética o de cualquier otro tipo) de los objetos apotéticos en el sujeto corpóreo, por tanto, la necesidad de que los objetos del mundo afecten a los órganos de los sentidos. (El “empirismo”, desde esta perspectiva, se nos impone como una exigencia ontológico-causal, antes que como una premisa espitemológica).
De donde la distinción entre un objeto-en-el-sujeto (objeto intencional, objeto de conocimiento, re-presentación) y un objeto-fuera-del-sujeto (objeto real, objeto conocido, presencia absoluta de la cosa).
Esto supuesto, podemos afirmar que solamente disponemos de dos esquemas primarios utilizables para dar cuenta de la conexión entre las afecciones (sensaciones) del sujeto y los objetos apotéticos que les correspondan: el esquema que considera a las sensaciones (al sujeto) –a los objetos intencionales, si se quiere– como determinados (con-formados) por objetos preexistentes (esquema encarnado en la metáfora óptica del espejo: el ojo refleja los objetos exteriores, según Aristóteles, y el entendimiento es el ojo del alma) o bien el esquema que considera a los objetos apotéticos como determinados (con-formados) por las sensaciones (esquema encarnado en la metáfora óptica de la proyección del fuego del ojo, que recorta la sombra de sus formas interiores en el exterior, usada por pitagóricos y platónicos). El primer esquema es el núcleo del realismo (con sus variantes: espejo plano, cóncavo, quebrado…); el segundo es el núcleo del idealismo (con sus variantes: idealismo material, idealismo subjetivo, idealismo trascendental). El idealismo, por ello, está muy cerca del acosmismo y aun del nihilismo (de hecho, la palabra “nihilismo” fue acuñada por Hamilton para “diagnosticar” el empirismo escéptico de Hume).
Estos dos esquemas, antes que respuestas, son el principio de sendas preguntas, prácticamente insolubles.
El realismo, en efecto, equivale a un desdoblamiento del mundo (objeto conocido/objeto de conocimiento) y, por tanto, al planteamiento del problema de la trascendencia del conocimiento del mundo exterior: “¿cómo puedo pasar de mis sensaciones (inmanentes a mi subjetividad corpórea) al mundo apotético trascendente, que permanece fuera de mi?” Berkeley, mediante una reducción geométrica de la cuestión (en términos de puntos y líneas), formulaba con toda su fuerza el problema de la trascendencia en §2 de su Ensayo sobre una teoría nueva de la visión de este modo: “Todo el mundo conviene, creo yo, que la distancia no puede ser vista por sí misma y directamente.
La distancia, en efecto, siendo una línea dirigida derechamente al ojo, tan solo proyecta un punto en el fondo del mismo”. Pero el idealismo, por su parte, aun cuando orilla el problema de la trascendencia, propio del realismo (al identificar el objeto intencional con el objeto conocido, desde Fichte a Husserl), lo hace abriendo otro problema que puede considerarse como sustitutivo del “problema” de la trascendencia, a saber, el problema de la hipóstasis o “constitución del objeto” respecto del sujeto: “¿cómo puedo segregar del sujeto los objetos construidos y proyectados por las facultades cognoscitivas?” Pues sólo tras un proceso de hipostatización del objeto (que lo “emancipe” del sujeto que lo proyecta) cabría dar cuenta de la independencia que los objetos muestran respecto de la subjetividad proyectante (los objetos se me imponen, incluso como dados fuera de mí, en un período “precámbrico”, es decir, anterior a la existencia de toda subjetividad orgánica proyectante). Ahora bien, son las ciencias las que “constituyen” y “proyectan” objetos tales (nebulosas transgalácticas, estados ultramicroscópicos, rocas precámbricas,…) que piden una emancipación e hipóstasis mucho más enérgica de la que se necesita para dar cuenta de la percepción ordinaria precientífica de nuestro entorno actual.
Puestas así las cosas cabe afirmar que los intentos de “superar” el realismo y el idealismo, manteniéndose en el mismo marco binario [S/O] de análisis que determina estas dos opciones, sólo pueden tener lugar a título de variantes de una “síntesis por yuxtaposición” del realismo y del idealismo. Pero la síntesis de los dos miembros del dilema no lo desborda: la “síntesis del dilema” queda aprisionada por sus tenazas. La síntesis, por lo demás, suele acogerse a la forma de una codeterminación de sujeto y objeto, bien sea según el patrón de los escolásticos medievales (ex obiecto et subiecti paritur notitia) bien sea según el patrón de los gestaltistas de nuestro siglo (“la distinción entre el yo y el mundo exterior es un hecho de organización del campo total”), bien sea de cualquier otro modo.
Por nuestra parte reconocemos, desde luego, la necesidad de volver una y otra vez al análisis de la experiencia dentro del marco binario [S/O], pero constatamos también la necesidad de desbordar dialécticamente el dilema en el cual el marco binario nos encierra. A este efecto hemos propuesto un marco para el análisis de la experiencia tal en el que el análisis binario, sin ser ignorado, pueda constituirse “reabsorbido”, a saber, un marco que sustituya las relaciones binarias por otras relaciones n-arias del tipo [Si/Sj/Oi/Oj/Sk/Ok/Oq/Sp]. Desde la perspectiva de este nuevo marco de análisis cabría decir que, evitando todo tipo de realismo adecuacionista, podemos alcanzar las posiciones propias de una concepción hiperrealista [88] de las relaciones entre el “ser” y el “conocer” (un hiperrealismo cuyo primer embrión acaso se encuentra en la metafísica eleática). El hiperrealismo, por lo demás, acoge ampliamente “el lado activo del idealismo” del que habló Marx en sus tesis sobre Feuerbach.
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