viernes, 27 de noviembre de 2015

LA ESTÉTICA EN DELEUZE

LA ESTÉTICA EN DELEUZE


Deleuze, en 1957, con la publicación de Empirismo y Subjetividad, comienza la aventura de producir o crear los conceptos de un nuevo saber que fuera capaz de generar nuevas fuerzas, nuevos caminos o, por decirlo al modo de Sartre, estelas luminosas de valores que actualizaran nuevas posibilidades para la vida. Esta ha sido la tarea de Deleuze en el pulso que su generación mantuvo en favor de la vida contra las fuerzas que la mantienen apresada, que la apartan o separan de lo que puede. Es evidente, por lo demás, la diferencia de aquel tiempo con el nuestro. Pero la posmodernidad o la Ultramodernidad que parece que transitamos presentó desde el principio dos líneas bien opuestas, aquella que se presenta como Lógica cultural del capitalismo avanzado y que se representa bien con el interés que despierta la arquitectura de la ciudad norteamericana de Las Vegas en el manifiesto arquitectónico de Robert Venturi, celebrando la mezcla, el pastiche, la espontaneidad caótica y alegre, con la actitud de un esteticismo frívolo y acrítico, y aquella otra sin duda de mayor interés que aún con paradigmas muy diversos y surcando diferentes campos, mantiene hasta hoy una línea de gran energía y productividad, desde Giovanni Arrighi, Benedict Anderson, o Terry Eagleton, hasta Habermas, Bourdieu o Derrida, para quienes los autores de referencia ya no son Rosa Luxemburgo, o Gramsci, sino la Escuela de Frankfurt o el propio Deleuze. Pero la mayor dificultad en la consecución del objetivo de definir una teoría estética deleuziana estriba en acotar precisamente qué es lo estético para Deleuze, en determinar el concepto deleuziano de estética. La estética tradicionalmente se relaciona con la disciplina de la filosofía y se comprende como el estudio de la belleza, estudio o análisis de la esencia de lo bello. Pero esta definición da muy poca luz en el caso de Deleuze. Es preciso acudir a la crítica de Kant al racionalismo, en concreto a Leibniz, como punto de partida.

Para Leibniz conocer es descubrir lo que está incluido analíticamente en el concepto. Toda diferencia es conceptual, por lo que el análisis del concepto es lo que nos hace conocer la diferencia. Para Kant por el contrario existen determinaciones irreductibles a los conceptos, determinaciones no conceptuales, extraconceptuales, que son espaciotemporales. Y pone como ejemplo las manos. Dos manos siempre son diferentes, aunque se quieran incluir bajo un mismo concepto. Una es derecha y la otra izquierda. No son superponibles, es decir, existe una determinación espacial irreductible al concepto, una diferencia no conceptual. Kant no por azar denominará estética a la operación del conocimiento en la que se sintetizan las determinaciones conceptuales y las espaciotemporales, es decir, a la operación en la que salimos de un concepto lógico para atribuirlo a un espacio y tiempo, para remitirlo a las diferencias espaciotemporales. Ahora bien, es preciso señalar que en Kant el espacio ya no es el orden de coexistencias ni el tiempo el orden de sucesiones, sino que el espacio es una forma bajo la cual nos llega lo que nos es exterior, del mismo modo que el tiempo es una forma de la interioridad. Y todo lo que aparece en el espacio y el tiempo, todo fenómeno, tiene como condición de aparición el yo pienso, el cogito. La armonía o concordia de las facultades del sujeto es la garantía de la justa relación entre lo que aparece y él mismo, entre lo condicionado y la condición, entre el fenómeno y el sentido.

Deleuze acepta la crítica de Kant pero da un paso más: La estética no sólo exige salir del concepto hacia un espacio y tiempo liberados del orden matemático o lógico en tanto que afectos exteriores y devenires internos del sujeto sino que el mismo sujeto se fractura en el tiempo y en el espacio, en el tiempo de la repetición, en el espacio de las diferencias. Ahora, lo exterior o la diferencia es también interno al sujeto, es afecto que nos hace devenir, que nos transforma, a la vez que lo interior o la repetición es exterior al yo en la videncia de un yo que es otro, que es múltiple. Deleuze destituye la unidad del yo como principio fenoménico para proponer como condición al Ser inmanente que se expresa o despliega a través de diferencias y  repeticiones. La estética ahora sólo puede definirse por la operación que liga la sensibilidad a las diferencias de un exterior que es también interno al yo, diferencias como afectos que nos hacen devenir, el devenir animal de Kafka, y a las repeticiones internas por las que salimos fuera de nosotros mismos, la videncia de Proust de un Combray esencial, ni vivido ni recordado sino en estado puro.

El pequeño paso que da Deleuze es un leve aleteo de mariposa que barre como un huracán la bibliografía estética para situarla a la altura de la creación de la modernidad artística, abriendo las puertas de la crítica a los afectos y perceptos, a una sensibilidad no regulada por la razón y el entendimiento, dotando así de un estatuto estético a la pintura de Van Gogh o Bacon, a la escritura de Proust o Kafka, o al cine de Godard.

Sin embargo, un segundo Deleuze viene a trazar otra historia del pensamiento, Otro Deleuze surge del acontecimiento revelador del Mayo del 68, y de la afección del encuentro con otro gran pensador, Félix Guattari. Ahora, Deleuze diseña la síntesis del pensamiento de dos de los grandes críticos de la civilización occidental, Marx y Freud, y el resultado, el primer volumen de Capitalismo y Esquizofrenia, asienta las bases de una psiquiatría materialista que expone consecuentemente la creación estética como clínica social, partiendo de la idea nietzscheana del artista como médico de la civilización. La estética ahora se convierte en teoría de los procesos de salud que el arte en tanto que medicina o clínica es capaz de proponer y emprender ante las enfermedades que asolan las sociedades humanas. El diagnóstico de Deleuze revela como los distintos socius económico políticos encierran la energía deseante en sus formas de organización, bloqueando y subordinando el deseo bajo una doble articulación: la codificación de los lenguajes, y la territorialización de lo visible. De ahí surge el concepto de máquina literaria como máquina de guerra capaz de crear líneas de fuga que creen otros códigos y otros territorios, y el análisis esquizo de la literatura que llevará a la práctica en la segunda parte de Capitalismo y Subjetividad, Mil Mesetas.

Dos principios o concepciones estéticas guían entonces las propuestas que Deleuze refiere a la cultura o a la escritura: la estética como teoría de la sensibilidad, que culmina en teoría del ser de lo sensible, y la estética como clínica, como empresa de salud. Ahora bien, es preciso que estos dos principios estéticos sean puestos a la luz de los proyectos generales de la inversión del Platonismo, de la inversión kantiana, y de lo que sin exactitud me atrevería a llamar aquí la inversión de Marx. Tres proyectos que constituyen el fondo del pensamiento deleuziano y están en el origen de sus ideas estéticas. Relacionar estos conceptos con su origen filosófico supone trazar la Genealogía que permita evaluar el valor de esos dos conceptos, evaluar el valor de esos dos valores.

En primer lugar la inversión del sistema platónico de idea, copia y simulacro, significa poner en pie a los simulacros. Deleuze hace caer la Idea a la superficie, y así la identidad y el modelo resultan derivados y secundarios respecto a la diferencia o el simulacro. Esta inversión se evalúa por sus consecuencias: el estatuto verídico de la narración se falsifica pues todo origen o verdad original es ya copia de copia, o mejor copia de simulacro que finge o se pretende único e irrepetible, la hermeneutica de la presencia se convierte en celebración de la repetición, parodia festiva de teorías y modelos, farsa en la que el sentido deja de habitar la Identidad del sustantivo, y se anula la atribución ontológica de los adjetivos. Sólo el verbo resiste este barrido del lenguaje, infinitivo como cuarta persona del singular que dicta el sentido del acontecimiento del ser de la diferencia y del simulacro.

La inversión del platonismo está en estrecha relación con el proyecto de invertir a Kant. El embudo kantiano que anuda al yo lo fenoménico se invierte para situar la inmanencia del ser anárquico y nómada que se expresa o despliega a través de la diferencia y la repetición en la cima o corona ontológica. Así el yugo que sometía el conocimiento y la sensibilidad a la Representación, a la mera recognición de un sujeto que juzga el fenómeno mediante la identidad, la semejanza, la oposición, la analogía, es desactivado, el tribunal de la razón kantiana cede su sitio a los bailes de la diferencia, a las canciones de la repetición, para un sujeto liberado de la culpa, o del peso de ser siempre él mismo.

Por último en lo que llamo ahora proyecto de inversión de Marx, Deleuze deja caer la sobreestructura sobre la infraestructura y trata la primera como codificación y la segunda como territorialización. En estricto sentido, por tanto, el proyecto filosófico de Deleuze no invierte el orden de la sobreestructura y la infraestructura marxiana sino que hace caer a aquélla sobre un mismo plano de inmanencia en el que ahora se disciernen la codificación y la territorialización, la doble pinza de los agenciamientos de los códigos y los territorios cuyo devenir ya no se somete a la historia de las luchas de las clases sociales sino a los movimientos de desterritorialización y descodificación. Aquí Deleuze y Guattari efectuán un prodigioso análisis del agenciamiento Estado que codifica las formas de la expresión y del contenido, y territorializa las sustancias de la expresión y del contenido, según el paradigma de Hjemslev, pero también de las líneas políticas, sociales, o estrictamente estéticas, de descodificación de la forma de expresión mayor del socius a través de la lengua de las minorías, y de descodificación de las formas del contenido mediante los devenires nómadas, como a su vez de desterritorialización de la forma del contenido axiomático del Estado y del Sujeto mediante las nuevas formas del contenido que articulan las minorías marginales, y de desterritorialización de la sustancia del contenido de los espacios nómadas. Complejo esquema que sintéticamente es análisis de las líneas de control y de las líneas de fuga que surcan los dispositivos de poder.

         De esto trata la genealogía de las ideas estéticas, de la evaluación de los valores estéticos, y de que valen los valores de Platón, Kant, incluso Marx si los dejamos como están, y de los nuevos valores políticos, sociales y estéticos que se crean tras el trabajo inconmensurable de Deleuze para capturar a Platón, Kant y Marx, girarlos, invertirlos, y asentarlos de nuevo para que funcionen de otra forma y sean algo más que la ruina de la deconstrucción. Y de todos los nuevos valores que se generan destaco aquellos que conformarían el programa de una nueva estética que es el fruto más original de esta tesis. La tesis de la tesis: Un programa estético que se desarrolla en cuatro puntos: El desarreglo de los sentidos para sentir y percibir no lo que nos dicta nuestra conciencia intervenida por los dispositivos del poder, o el mero concepto lógico de una representación plana de lo fenoménico, sino justamente la diferencia, el yo autor que es otro, que es múltiple, que es autor de una colectividad, de un pueblo incluso aunque se constate que falta, el tiempo fuera de sus goznes que impulsa la creatividad a algo más que a la estética de repetición para el consumo, y reinventar la vida, en definitiva, desde la creación estética y política para conquistar nuevas condiciones para la vida humana, la única y última praxis de resistencia, el último vértice aún no conquistado por la economía del capital, pensar los nuevos devenires que han de transformar el mundo.

 Una intelección general antihegeliana sobrevuela todo, pues invertir a Platón, Kant, Marx, es además y sobre todo negar a Hegel, arrancar el pensamiento político y estético del delirio del sujeto hegeliano, de su demencial sistema, de su Dios Estado. Quizás por ello este espíritu antihegeliano que recorre se aliena finalmente en el programa estético que bien podría también denominarse manifiesto de una estética antihegeliana. La diferencia frente a la contradicción, el yo múltiple frente al sujeto histórico, la repetición del tiempo o el devenir frente al final de la historia, en definitiva la proclamación de reinventar la vida contra las falsas transformaciones de la dialéctica que dejan indemnes al Sujeto, el Sistema y el Estado. Reinventar la estética para reinventar la izquierda política, y así transformar el mundo y la vida. Finalmente otro manifiesto, esta vez ético o político, implicado en la teoría estética deleuziana, y en el conjunto de su filosofía, que a juicio de Miguel Morey es de cristal, es decir bien labrada pero frágil. No ha de extrañar que la conclusión ética y política esté levantada en una arquitectura cristal, ideas de cristal alucinadas o noctambulas, revolución de cristal que se rompe ante las primeras luces del Alba. Pero también Morey lamenta muy radicalmente como el Berlin de hoy sigue siendo Auscchwitz, es decir, como cualquier ciudad se asemeja a un campo de trabajo, arquitectura para el trabajo y la producción, capos, esclavitud encubierta, miseria. Frente a ello, refulgen el brillo del dinero en la arquitectura de Las Vegas o el cristal de la arquitectura deleuziana por erigir, virtualidad que actúa como farmacon que envenena la Gran Salud que se nos propone, y como puro remedio sin adulterar que nos reconstituye la fe en otro mundo, aire puro para respirar, para no ahogarnos y lanzarnos al vacío a la búsqueda de la arena de la playa que yace debajo del ángel caído sobre los adoquines de París.

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