Guattari y Deleuze. Sugieren delimitar el territorio para tranquilizarse ante lo desconocido.
Es de noche, voy atravesando un camino desconocido e inquietante, tengo miedo. De pronto surge de mi boca un canturreo. Una especie de ritornelo que me tranquiliza. Es como si con los pulsos de mi voz festoneara el caos circundante, como si restableciera cierta armonía en el mundo. La función del ritornelo , tal como la piensan Deleuze y Guattari, es trazar una delimitación de territorio que produzca tranquilidad ante la inmensidad indefinida de lo desconocido.
No sólo existen ritornelos sonoros. Hay gestuales, gráficos, sexuales y hasta investigativos (retroceso y retorno de problemas). Pensemos una relación entre investigación y ritornelos , no sin antes recordar que toda música implica ritornelos aunque no todo ritornelo es musical. Cuando se aborda un problema de investigación siempre está embarazado de caos. Una manera de asumirlo es intentar ritornelos indagativos. Consensuar regularidades, reiterar cuestionamientos, “desacelerar” el caos. El investigador tiene necesidad de un primer tipo de ritornelo, el territorial, en él coinciden elementos heterogéneos que establecen alianzas y brindan unidades de análisis.
Pero el investigador creador transforma el territorial y produce otro de segundo tipo, un ritornelo mundo despojado de códigos y cargado de innovación. Sigue fluyendo ahí el ritornelo primitivo, pero subsumido. Si esa investigación persevera alcanza una fuerza cósmica que se encontraba sin elaborar en el material originario, en el punto cero de la investigación. La producción fecunda irrumpe despojada de imperativos, de relaciones semiológicas entre las palabras y las cosas, o los sonidos y la fuente que los inspiró, o los conceptos y los entes. Copérnico formula la teoría heliocéntrica, Picasso crea el cubismo y Nietzsche resquebraja las columnas de la filosofía desobedeciendo pautas heredadas.
Si bien siempre es más fácil repetir lo establecido que afrontar lo diferente. Pero quien ama los desafíos huye de lo trillado y simple, va en pos de categorías nómades, modulables, autogeneradas o provenientes de críticas a la ciencia hegemónica, como las estructuras disipativas de Prigogine, los conceptos de ritornelo y rizoma de Deleuze y Guattari, la deconstrucción de Derrida o la arqueología genealógica de Foucault, entre otras perspectivas. Sin pretensión de universalidad porque si ésta existiera, ¿dónde está? El ánfora de la investigación innovadora se sostiene en tres soportes: rigor técnico, normatividad expresiva y libertad metodológica. Lo primero para el manejo de los instrumentos, lo segundo para la transmisión de los logros, lo tercero para la exploración y el proceso creativo.
El rigor técnico brinda la condición de posibilidad para la idoneidad profesional y está fuera de toda discusión, hay que ejercerlo. En segundo lugar, la normatividad apunta al armado de documentos e informes; parecería un simple requisito administrativo, pero representa un fuerte obstáculo para lograr metas académicas. Los estudiosos, si desean validarse como expertos, deben fundamentar sus realizaciones mediante escritos académicos. Actualmente lo requieren todas las disciplinas, se trate de ciencias, humanidades, tecnología o arte. Las estadísticas indican que no se trata de un impedimento menor. A este límite de quien aspira a validarse institucionalmente, se le agregan otros. ¿Cómo conseguir que los colegas evaluadores acepten abordajes no convencionales? Y los burócratas de la investigación, ¿qué harían si los investigadores no colocáramos en cada “casillero” de sus formularios los términos que la fuerte formación imperialista, sedentaria y positivista del saber ha estandarizado y naturalizado? Es dilemático. Abordemos ahora el tercer soporte: metodología y libertad. No se niega aquí que la investigación requiera métodos sólidos. Se sostiene en cambio que la creatividad no surge de fórmulas estancas. La investigación innovadora –no la repetidora– necesita procedimientos que presenten resquicios para la libertad. De modo que una vez lograda la obra, recién se pueda explicitar con relativa claridad el método.
El investigador en una primera etapa de su formación se rige por la metodología vigente para contribuir a su propia solidez. Pero cuando siente en sus hombros un cosquilleo de plumones, cuando sus alas quieren crecer, el estudioso innovador huye de los métodos canónicos, pero a través de ellos. Inventa categorías propias, deconstruye las establecidas. Busca grietas y fallas, introduce arte aunque se trate de ciencia. Utiliza los métodos como las herramientas de una caja o inventan nuevos. Soporta la pirotecnia de las velocidades y los movimientos de nuestro pensamiento y de lo que estamos estudiando, presiente lo impredecible. Produce un ritornelo de segundo tipo, un ritornelo cósmico.
Investigar así es como dar saltos sin saltar, como ser nómade desde una aparente inmovilidad. Esto es un secreto a voces entre los investigadores cuánticos, los físicos teóricos, los microbiólogos, los meteorólogos, los filósofos de la vida, los científicos no sustancialistas, los artistas. Los nómades, esos que dan saltos incluso sin moverse del lugar pues existen muchas maneras de saltar.
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