Máscara de piedra, período neolítico precerámico (7000 A.C.). Musée de la Bible et Terre Sainte, París.
• Scott McCloud se preguntaba qué hacía posible el seguir distinguiendo un rostro aun cuando éste fuera descompuesto hasta su abstracción elemental.
Proponía su fórmula: amplificación por simplificación.
Ésa es la lógica de la máscara – y por lo tanto, del rostro -, porque la máscara es la persona, una construcción que portamos pero que no vemos, que es reconocida por los demás y de esa manera deviene personalidad socialmente construida, colectivamente significada.
En Tanin no kao, el Sr. Okuyama destilaba su resentimiento por no tener rostro deseando sacarle los ojos a la humanidad. Su socio, el psiquiatra, expresaba la utopía antiestatal: un mundo de iguales sin rostros, donde el control es imposible.
• Ese Smiley neolítico es particularmente impactante.
El reconocimiento humano se va construyendo en base a esa simplificación de los rasgos que permiten universalizarlos, por así decirlos.
La humanidad – esa errática y desafortunada invención – se reconoce en los gestos y acciones culturalmente aprehendidos que son a su vez maneras de encauzar las pasiones que subvierten el control que los cuerpos se imponen sí mismos: la risa y el llanto.
Gombrich lo llamó la Ley de Töppfer: “todo dibujo de una cara humana, por muy torpe o pueril que sea, posee por el mero hecho de haber sido dibujado, un carácter y una expresión”.
En ese sentido, dibujar es re-construir el trazo que nos hace humanos, justamente porque es un dibujo en constante expansión y retracción – el carácter humano nunca está naturalmente garantizado -.
• La caricatura viene de caricato, cargar algo de sentido – de ahí, la cargada -. David Carrier afirmaba: la secuenciación es la síntesis de una multiplicidad de elementos irreductibles. De ahí que las historietas nos muestren qué es ser una persona; personajes de la gran tragedia universal donde todos actuamos nuestros roles, donde todos somos máscaras.
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