lunes, 13 de febrero de 2012

¿Qué es y para qué sirve la ciencia de las ciencias y tecnologías?

Mario Bunge
El País - 14 de noviembre de 1984

Hace unas dos décadas comenzó a hablarse en los países desarrollados de ciencia de las ciencias y tecnologías. Hoy, señala el autor de este artículo, hay hasta institutos y revistas dedicados a cultivar dicha disciplina, que por abreviar llamaremos CCT. ¿De qué se ocupa la CCT? De los fundamentos, la filosofía y la metodología de las ciencias y técnicas, así como de la sociología, economía, politología e historia de las ciencias y técnicas. En resumen, prosigue el articulista, la CCT es el sistema de estudios de las ciencias y tecnologías vistas desde otras disciplinas. No es endociencia y endotecnología, sino exociencia y exotecnología. Es una rama de las humanidades antes que de las ciencias o de las tecnologías
.Así como no es lo mismo escribir o explicar la historia que hacerla, tampoco es lo mismo cultivar la CCT que hacer investigación científica o tecnológica. Sin embargo, hay algo en común entre la CCT, por una parte, y las ciencias y tecnologías, por la otra, a saber: que la primera procede científicamente: estudia a la ciencia y a la tecnología al modo en que un físico estudia un átomo, o un antropólogo investiga una tribu primitiva, o sea, objetivamente.
¿Para qué sirve la CCT? A primera vista no es más útil que la poesía o el teatro, la astronomía o la paleontología, la matemática pura o la historia. O sea, no sirve nada más que para enriquecer la cultura, así como para entretener a sus cultores. Las gentes llamadas prácticas, o sea, incultas, encuentran que, si es así, la CCT no tiene razón de existir. Sostienen que, si bien el individuo privado tiene derecho de escribir poesía, de jugar con un telescopio, de especular sobre el origen de un fósil o de inventar un espacio abstracto no tiene derecho a exigir que el contribuyente sufrague su sueldo y sus gastos de investigación. Las gentes prácticas no objetan a que el Estado subvencione las investigaciones médicas o en ingeniería, pero se resisten a que gaste en ciencias puras y, más aún, en CCT. ¿No tienen razón esas gentes, particularmente en tiempos difíciles, cuando el Estado nos pide que nos ajustemos los cinturones para poder ampliar los arsenales y los cuarteles?
La labor del investigador.
Hay, por lo menos, cuatro argumentos contra el practicismo. El primero es que si queremos seguir siendo humanos debemos cultivar nuestras mentes un poco más que nuestros primos fracasados, los monos. Y si pretendemos seguir siendo civilizados debemos continuar enriqueciendo nuestra cultura, que es tanto humanística y artística como científica y tecnológica. Si dejáramos de hacerlo, volveríamos pronto al estado salvaje, ya que la cultura no se conserva: se cultiva o se pierde. ¿Es esto lo que proponen quienes desprecian la poesía, la matemática pura, la CCT y demás disciplinas inútiles? ¿O será que no han pensado seriamente en este asunto y repiten sin pensarlas las consejas que aprendieron de quienes jamás levantaron la vista del suelo?
Un segundo argumento en favor del cultivo de la CCT es que ésta sirve, de rebote, a las propias ciencias y tecnologías. El investigador con un mínimo de cultura filosófica tiende a escoger problemas profundos y a buscar enlaces inesperados entre campos de investigación aparentemente alejados. El investigador con conciencia histórica sabe que no hay método ni teoría perfectos, y se empeña en buscarles peros a los que están de moda, o aun a inventar otros nuevos. El investigador con conciencia sociológica sabe que no hay ciencia ni tecnología en un vacío social, y aprovecha las oportunidades que le brinda su sociedad al mismo tiempo que trata de no caer en las trampas que ésta le tiende. El investigador con conciencia política sabe que es preferible educar a los políticos en vez de insultarlos, y que la mejor manera de hacerse escuchar por ellos es participando en política (aunque sólo moderadamente, pues de lo contrario dejaría de hacer investigación). Y el técnico con conciencia social prefiere embarcarse en proyectos útiles a la comunidad, evitando hacerse cómplice de empresas nocivas a la mayoría.
Componentes diversos
Éstas no son afirmaciones arbitrarias. Piénsese en la profundidad filosófica y la conciencia histórica de sabios tales como Galileo, Descartes, Leibniz, Newton, Euler, Darwin, Marx, Einstein o Schrödinger. Y recuérdese que algunos de los problemas más difíciles y fértiles de la ciencia y de la técnica nacieron en el seno de la filosofía. Ejemplos: la materia, ¿es continua discreta?; la vida, ¿es reductible a la física o posee propiedades emergentes?; la mente, ¿es una sustancia separada del cerebro o una colección de funciones cerebrales?; ¿es posible construir una máquina de movimiento perpetuo?, y ¿es posible diseñar una sociedad que haga la máxima felicidad del mayor número? Todas estas cuestiones fueron pensadas por filósofos antes de ser abordadas por científicos o por técnicos.
En tercer lugar, algunas de las controversias científicas y tecnológicas de la actualidad tienen componentes filosóficos, sociológicos, económicos o políticos. Por ejemplo, las discusiones entre proponentes de distintas estrategias de fundamentación de la matemática tienen raíces filosóficas. La disputa sobre las interpretaciones de la teoría cuántica -la más refinada, poderosa y discutida que tenemos- es netamente filosófica. En efecto, se trata de saber si la teoría trata de cosas en sí mismas o tan sólo de mediciones, y de si el azar es objetivo o subjetivo. Y la disputa, tan actual, acerca de si la mente puede explicarse por la neurofisiología o por la informática, exige tomas de posición filosófica. Con la tecnología ocurre otro tanto. Los ingenieros han sido llevados al banquillo de los acusados por ecologistas y pacifistas. Los médicos han dejado de ser vacas (o más bien toros) sagradas para meterse en líos morales y legales. Los, diseñadores de políticas económicas y sociales son vistos ya como santos, ya como criminales, y casi siempre son acusados de fundarse sobre teorías envejecidas. Sólo los expertos que se ocupan de problemas de poca monta se dan el lujo de escapar al escrutinio de las CCT, escrutinio que es ejercitado hoy, en manera creciente, no sólo por expertos, sino también por el público.
En cuarto y último lugar, la CCT es central en el diseño de toda política y de todo plan de desarrollo científico o tecnológico. En efecto, tales diseños suponen definiciones precisas de los conceptos de cienca básica (o pura), ciencia aplicada y tecnología, así como de ideas claras acerca de las respectivas metodologías y del lugar que aquéllas ocupan en el sistema cultural y en el sistema económico. Dime cuál es tu CCT y te diré cuál es tu política científica y tecnológica: si es realista o utópica, generosa o tacaña, si respeta la libertad de investigación o la restringe y si propicia el control democrático de la tecnología o le da piedra libre.
No tienen razón, en suma, quienes creen que la CCT es inútil. La CCT es intrínsecamente valiosa por ser parte importante de la cultura humanística moderna. Y posee valor instrumental por tener la capacidad de guiar la investigación o de extraviarla, de estimularla o inhibirla. La CCT no es solamente una disciplina: es también la conciencia de la ciencia y de la tecnología contemporáneas. Desdeñarla es propender a que se haga ciencia o tecnología sin conciencia.
Mario Bunge: físico y filósofo de origen argentino, enseña en la universidad McGill, de Montreal, Canadá. Es autor de 28 libros y 300 artículos, entre ellos La investigación científica y Treatise on basic philosophy, del que lleva publicados seis tomos y cuyo séptimo tomo está en prensa.
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