El discurso
verdadero (contra los cristianos) – Celso
Celso (griego: Κέλσος [Kelsos]) ,
filósofo romano del siglo II, criticó la fe bíblica judeocristiana escribiendo
en contra de esta. Este escribió en su libro El Discurso verdadero(Λόγος
‘ΑληΘής):
«La raíz del cristianismo es su excesiva valoración del alma humana, y
la idea absurda de que Dios se interesa por el hombre.»
La intelectualidad pagana veía en los cristianos una nueva peste del
Imperio, al considerar a su religión como a una perniciosa superstición que conducía a la disgregación social. Un buen
testimonio de este pensamiento es la obra de Celso, ” El Discurso verdadero”
(Doctrina verdadera. año 177), en la que los cristianos son presentados como
ignorantes, seguidores de charlatanes y ejecutores de prácticas mágicas.
Se cree que, aunque no practicó la
medicina, fue autor de una enciclopedia sobre medicina, retórica, historia,
filosofía, la guerra y la agricultura, una obra titulada “De Medicina” fiel al hipocratismo, de notable interés
en su época y recuperada en el Renacimiento, teniendo gran influencia en la
Europa moderna después de que la imprenta la diera a conocer tantas veces.
Celso fue el primer autor médico cuya obra fue impresa en caracteres móviles
(1478) tras el invento de Gutenberg. Es la primera obra de medicina clásica que
se imprimió.
Contra Celso, escrita entre 70
y 80 años más tarde por Orígenes, critica la obra de Celso. Gracias a esto aun
podemos conservarla debido a que este la incluye en ella.
En ella se burla de Jesucristo, diciendo que habría
sido hijo de una judía amancebada con un soldado romano, que habría practicado
la magia que aprendió en Egipto y que por eso se ganó unos cuantos discípulos
de entre la plebe más miserable y digna de compasión. Sin embargo, para Celso el
argumento más fuerte en contra de Cristo es su humillante muerte en la cruz,
absolutamente indigna de una divinidad. Compara luego los relatos de la
resurrección con los que circulaban de otros personajes de la cultura griega:
“Las viejas leyendas que narran el nacimiento divino de Perseo, de
Anfión, de Eaco, de Minos, hoy ya nadie cree en ellas. Por lo menos dejan a
salvo cierta verosimilitud, pues se atribuyen a esos personajes acciones
verdaderamente grandes, admirables y útiles a los hombres. Pero tú ¿qué hiciste
o dijiste hasta tal punto maravilloso? En el Templo la insistencia de los
Judíos no pudo arrancarte una sola señal que pudiera manifestar que eras
verdaderamente el Hijo de Dios.”
CELSO, Discurso verdadero contra los
cristianos’, pág. 5
Su prosa, si bien incendiaria, busca activar los
mecanismos de la razón en una parte del movimiento cristiano que él consideraba
capaz de entender su mensaje, a pesar de que consideraba a la mayoría de los
fieles de la nueva religión como gente inculta:
“La equidad obliga, no obstante, a reconocer que hay entre ellos gente
honesta, que no está completamente privada de luces, ni escasa de ingenio para
salir de las dificultades por medio de alegorías. Es a éstos, a quienes este
libro va dirigido propiamente, porque si son honestos, sinceros y esclarecidos,
oirán la voz de la razón y de la verdad, como espero.”
CELSO, Discurso verdadero contra los
cristianos’, pág. 3
De la crítica al fundador del cristianismo, pasa a
sus seguidores y doctrinas. Según Celso los cristianos habrían favorecido una
suerte de Estado dentro del Estado: no participan en los cultos ni fiestas,
niegan las tradiciones de los antepasados. Además serían gente de la peor
calaña: ignorantes, pobres, supersticiosos, vendidos, etc. Sin embargo, dada la
situación del imperio, les invita a participar de una alianza política que
permita un nuevo enriquecimiento del imperio.
Es revelador e invita a reflexionar su texto:
“Hay una raza nueva de hombres, nacidos ayer, sin patria ni tradiciones,
unidos contra todas las instituciones religiosas y civiles, perseguidos por la
justicia, universalmente marcados de infamia, pero que se glorían de la
execración común”
CELSO, Discurso verdadero contra los
cristianos, J.J Pauvert, pág. 37
El filósofo romano es crítico con las pruebas que
ofrecen sus contemporáneos cristianos a favor de la divinidad de Jesús, al
recordarles que mucho de lo que se le atribuía ya era común en otras figuras
míticas de la época:
” ¿Qué razones os autorizaban a creer que él era Hijo de Dios?
–Y, decís, porque él sufrió el suplicio para destruir la fuente del
pecado.
–Pero ¿no hay millares de otros que fueron ejecutados, y no con menos
ignominia? (…) ¿Qué razón, a fin de cuentas, os persuade a creer en él? ¿Es
porque predijo que después de muerto resucitaría? Pues bien, sea, admitamos que
hubiera dicho eso. ¡Cuántos otros esparcen también maravillosas fanfarronadas
para abusar y explotar la credulidad popular! Zamolxis de Citia, esclavo de
Pitágoras, hizo otro tanto, según se dice, y el propio Pitágoras en Italia; y
Rampsonit de Egipto, de quien se cuenta que jugó a los dados en el Hades con
Deméter y que volvió a la tierra con un velo que la diosa le había dado. Y
Orfeo entre los Odrises, y Protesilao en Tesalia, y Hércules, y Teseo en Tenares.
Convendría previamente examinar si alguna vez alguien, realmente muerto,
resucitó con el mismo cuerpo.”