martes, 28 de mayo de 2013



Por Mario Bunge
para La Nación


MONTREAL

EL gran psicólogo y mediocre filósofo norteamericano William James dividió a los pensadores en dos clases: duros y blandos. Los duros son rigurosos, coherentes e intransigentes. Los blandos son borrosos, eclécticos y pusilánimes.

El ideal del duro es la matemática; el del blando, la poesía. El paraíso del duro es la axiomática; el del blando, la divagación. El infierno del duro es la arbitrariedad; el del blando, la demostración. Los clasicistas, modernistas y cientificistas son duros. Los románticos, intuicionistas y posmodernistas son blandos (o débiles, como los llama Gianni Vattimo, uno de ellos).

Algunos de los blandos son tan fofos que no merecen que se los llame pensadores. Como dijo un economista blando apócrifo, hay tres clases de economistas: los que saben sumar y los que no.

Los que se hacen

Hay blandos que simulan ser duros. Por ejemplo, el psicoanalista Jacques Lacan solía usar términos matemáticos, tales como topología , que no entendía. Lo hacía para impresionar a sus numerosas y elegantes admiradoras. (Una vez lo vi en París, enfundado en un lujoso abrigo de pieles, caminando como un rey y rodeado de adoratrices no menos elegantes.) Lacan no necesitaba los conceptos correspondientes para teorizar, ya que entendía el psicoanálisis como l´art du bavardage .

Hay economistas que manejan ecuaciones y estadísticas, y los hay que se contentan con descripciones verbales. Curiosamente, no todos los primeros son duros y no todos los segundos son blandos. En particular, muchas publicaciones económicas repletas de símbolos son seudoduras, porque los símbolos no están definidos en forma exacta, o porque contienen hipótesis que nunca han sido sometidas a prueba o, peor, que han sido refutadas hace tiempo. Otras veces contienen profecías de tipo bíblico que no se fundan en ecuaciones ni en datos, pero que impresionan a los que creen que la economía es una ciencia exacta.

En cambio, hay economistas no matemáticos, como John Kenneth Galbraith, Raúl Prebisch y Albert Hirschman, que han tratado cuestiones importantes, como el oligopolio, la distribución de la riqueza, la desocupación y el subdesarrollo, que soslayan casi todos los economistas matemáticos y seudomatemáticos.

Rigor, no rigidez

En la realidad hay blandos puros pero no hay duros puros. Por ejemplo, ningún pensador riguroso pretendería reemplazar el amor ni el arte por ecuaciones o códigos legales. Pero sí le gustaría que el amor y el arte fuesen explicados científicamente además de ser descriptos en forma poética o retórica. No peca quien usa metáforas, sino quien las emplea para ocultar la ausencia de rigor.

La dureza conceptual no equivale a la rigidez, y la blandura no equivale a la plasticidad. El duro consecuente cambia de opinión si le muestran que está equivocado. En cambio, el blando consecuente no cambia de opinión porque no respeta las reglas del juego lógico ni le importa la relación entre discurso y realidad. Una vez alguien le reprochó a John Maynard Keynes el que hubiera cambiado de opinión acerca de cierto asunto. El célebre economista duro respondió: "Cuando la situación cambia, yo cambio de opinión. ¿Qué hace usted en estos casos, señor?" La dicotomía duro/blando no tiene nada que ver con la tolerancia. Hay duros tolerantes con todo menos el macaneo, y blandos tolerantes con todo menos con el rigor. Por consiguiente, el ser duro o blando no basta para ser inofensivo ni para ser peligroso.

En cambio, la dicotomía duro/blando tiene que ver con la distinción entre razón y emoción. Hay discursos racionales, como los científicos, y discursos emocionales, como los artísticos. Los unos no son traducibles a los otros. Por ejemplo, las ecuaciones no se pueden interpretar en el piano, ni las sonatas se pueden traducir a ecuaciones.

Lo racional y lo emocional son mutuamente irreductibles, pero no se excluyen. A veces se combinan, como en las fugas de Bach, los cuadros de Cézanne y los poemas de Valéry y de Borges.

Pascal sostuvo que el corazón tiene razones que la razón no entiende. No tuvo razón, porque el corazón (hoy día léase "sistema límbico") no razona bien ni mal. Pero esto no implica que sea ajeno al raciocinio. Al contrario, la emoción puede sostener a la razón o hacerla trastabillar. Ambos procesos ocurren porque los órganos respectivos (el sistema límbico y la corteza) están ligados anatómicamente. Lejos de ser desapasionado, el buen razonador es un apasionado de la razón. No en vano el gran lógico y filósofo Bertrand Russell dijo de sí mismo que era un escéptico apasionado.

Hablar en posmoderno

Los intuicionistas creen que la exactitud es enemiga de la sutileza. Por ejemplo, Pascal opuso el esprit de finesse al esprit de géométrie , y los acólitos de Wittgenstein sostienen que la lengua ordinaria es más rica y sutil que la lógica.

Por ejemplo, estos enemigos del rigor dirían que " eso no me importa a mí" no es igual a "eso no me importa a ". Esto es verdad, pero las oraciones en cuestión pueden analizarse como sigue. La primera: "A mí me importa cualquier cosa menos eso". La segunda: "Eso, que importa a otros, no me importa a mí". (Los lectores encontrarán traducciones alternativas.) Los mismos enemigos del rigor tenderán a confundir ideas tan diferentes como las de pertenencia de un individuo a una clase, inclusión de una clase en otra, o incluso parte de una cosa en un todo. Además, tenderán a cosificar. Por ejemplo, dirán: "Tengo un res frío", en lugar de: "Estoy resfriado", como si los resfríos fuesen cosas y no procesos.

La lógica y la matemática realizan el esprit de finesse en lugar de oponérsele. Pero no hay que recurrir a ellas cuando no es necesario. Por ejemplo, para andar en bicicleta no es necesario plantear y resolver las complicadas ecuaciones mecánicas del ciclista. Pero esto es necesario para diseñar bicicletas mejores.

En resumen, cuando la tarea es dura se impone el pensamiento duro. El blando basta para ejecutar tareas blandas, tales como andar y escribir en posmoderno


 

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