Por Mario Bunge
para La Nación
para La Nación
MONTREAL
EL gran psicólogo y mediocre filósofo norteamericano William James
dividió a los pensadores en dos clases: duros y blandos. Los duros son
rigurosos, coherentes e intransigentes. Los blandos son borrosos, eclécticos y
pusilánimes.
El ideal del duro es la matemática; el del blando, la poesía. El paraíso
del duro es la axiomática; el del blando, la divagación. El infierno del duro
es la arbitrariedad; el del blando, la demostración. Los clasicistas,
modernistas y cientificistas son duros. Los románticos, intuicionistas y
posmodernistas son blandos (o débiles, como los llama Gianni Vattimo, uno de
ellos).
Algunos de los blandos son tan fofos que no merecen que se los llame
pensadores. Como dijo un economista blando apócrifo, hay tres clases de
economistas: los que saben sumar y los que no.
Los que se hacen
Hay blandos que simulan ser duros. Por ejemplo, el psicoanalista Jacques
Lacan solía usar términos matemáticos, tales como topología , que no
entendía. Lo hacía para impresionar a sus numerosas y elegantes admiradoras.
(Una vez lo vi en París, enfundado en un lujoso abrigo de pieles, caminando
como un rey y rodeado de adoratrices no menos elegantes.) Lacan no necesitaba
los conceptos correspondientes para teorizar, ya que entendía el psicoanálisis
como l´art du bavardage .
Hay economistas que manejan ecuaciones y estadísticas, y los hay que se
contentan con descripciones verbales. Curiosamente, no todos los primeros son
duros y no todos los segundos son blandos. En particular, muchas publicaciones
económicas repletas de símbolos son seudoduras, porque los símbolos no están
definidos en forma exacta, o porque contienen hipótesis que nunca han sido
sometidas a prueba o, peor, que han sido refutadas hace tiempo. Otras veces contienen
profecías de tipo bíblico que no se fundan en ecuaciones ni en datos, pero que
impresionan a los que creen que la economía es una ciencia exacta.
En cambio, hay economistas no matemáticos, como John Kenneth Galbraith,
Raúl Prebisch y Albert Hirschman, que han tratado cuestiones importantes, como
el oligopolio, la distribución de la riqueza, la desocupación y el
subdesarrollo, que soslayan casi todos los economistas matemáticos y
seudomatemáticos.
Rigor, no rigidez
En la realidad hay blandos puros pero no hay duros puros. Por ejemplo,
ningún pensador riguroso pretendería reemplazar el amor ni el arte por
ecuaciones o códigos legales. Pero sí le gustaría que el amor y el arte fuesen
explicados científicamente además de ser descriptos en forma poética o
retórica. No peca quien usa metáforas, sino quien las emplea para ocultar la
ausencia de rigor.
La dureza conceptual no equivale a la rigidez, y la blandura no equivale
a la plasticidad. El duro consecuente cambia de opinión si le muestran que está
equivocado. En cambio, el blando consecuente no cambia de opinión porque no
respeta las reglas del juego lógico ni le importa la relación entre discurso y
realidad. Una vez alguien le reprochó a John Maynard Keynes el que hubiera
cambiado de opinión acerca de cierto asunto. El célebre economista duro
respondió: "Cuando la situación cambia, yo cambio de opinión. ¿Qué hace
usted en estos casos, señor?" La dicotomía duro/blando no tiene nada que
ver con la tolerancia. Hay duros tolerantes con todo menos el macaneo, y
blandos tolerantes con todo menos con el rigor. Por consiguiente, el ser duro o
blando no basta para ser inofensivo ni para ser peligroso.
En cambio, la dicotomía duro/blando tiene que ver con la distinción
entre razón y emoción. Hay discursos racionales, como los científicos, y
discursos emocionales, como los artísticos. Los unos no son traducibles a los
otros. Por ejemplo, las ecuaciones no se pueden interpretar en el piano, ni las
sonatas se pueden traducir a ecuaciones.
Lo racional y lo emocional son mutuamente irreductibles, pero no se
excluyen. A veces se combinan, como en las fugas de Bach, los cuadros de
Cézanne y los poemas de Valéry y de Borges.
Pascal sostuvo que el corazón tiene razones que la razón no entiende. No
tuvo razón, porque el corazón (hoy día léase "sistema límbico") no
razona bien ni mal. Pero esto no implica que sea ajeno al raciocinio. Al
contrario, la emoción puede sostener a la razón o hacerla trastabillar. Ambos
procesos ocurren porque los órganos respectivos (el sistema límbico y la
corteza) están ligados anatómicamente. Lejos de ser desapasionado, el buen
razonador es un apasionado de la razón. No en vano el gran lógico y filósofo
Bertrand Russell dijo de sí mismo que era un escéptico apasionado.
Hablar en posmoderno
Los intuicionistas creen que la exactitud es enemiga de la sutileza. Por
ejemplo, Pascal opuso el esprit de finesse al esprit de géométrie ,
y los acólitos de Wittgenstein sostienen que la lengua ordinaria es más rica y
sutil que la lógica.
Por ejemplo, estos enemigos del rigor dirían que " eso no me
importa a mí" no es igual a "eso no me importa a mí ".
Esto es verdad, pero las oraciones en cuestión pueden analizarse como sigue. La
primera: "A mí me importa cualquier cosa menos eso". La segunda:
"Eso, que importa a otros, no me importa a mí". (Los lectores
encontrarán traducciones alternativas.) Los mismos enemigos del rigor tenderán
a confundir ideas tan diferentes como las de pertenencia de un individuo a una
clase, inclusión de una clase en otra, o incluso parte de una cosa en un todo.
Además, tenderán a cosificar. Por ejemplo, dirán: "Tengo un res
frío", en lugar de: "Estoy resfriado", como si los resfríos
fuesen cosas y no procesos.
La lógica y la matemática realizan el esprit de finesse en lugar
de oponérsele. Pero no hay que recurrir a ellas cuando no es necesario. Por
ejemplo, para andar en bicicleta no es necesario plantear y resolver las
complicadas ecuaciones mecánicas del ciclista. Pero esto es necesario para
diseñar bicicletas mejores.
En resumen, cuando la tarea es dura se impone el pensamiento duro. El
blando basta para ejecutar tareas blandas, tales como andar y escribir en
posmoderno
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