POR Federico Kukso
Pese a los comentarios históricamente incorrectos alguna vez deslizados por un ex presidente argentino de patillas por muy pocos olvidado, Sócrates –como todo el mundo sabe o, al menos, debería saber– no dejó ninguna obra escrita (que se sepa, claro). Lo suyo, más bien, era la oralidad, la palabra viva, plantarse en una esquina, plaza o mercado bullicioso de la Atenas de fines del siglo V antes de Cristo y comenzar a mover los brazos y señalar con el dedo para acompañar así con una batería de gestos sus reflexiones sobre la virtud, la verdad, la justicia, la belleza, el amor, la libertad, la vida y la muerte.
En lugar de dar respuestas, Sócrates suministraba gratuitamente inquietudes. Incitaba a poner en tela de juicio absolutamente todo y a demostrar qué opiniones y juicios estaban basados en las costumbres y la religión y cuáles en la razón. Y para hacerlo no se hacía el serio ni se llenaba la boca con términos complicados. El, más bien, usaba como gancho ejemplos del arte, la música y el deporte o cualquier asunto conocido o considerado interesante por sus interlocutores para de esa manera moverlos a hacer algo tan poco habitual, pensar. Por eso, a este hombre que terminó siendo condenado a muerte por sus ideas se lo considera no sólo la primera gran figura de la filosofía occidental. También se lo recuerda como el primer “filósofo pop”, un representante de un modo, tendencia o fórmula que busca despertar la curiosidad por las grandes preguntas de la filosofía a través de recursos de lo más insospechados y que ahora, 2500 años después de la muerte de aquel ateniense que “sólo sabía que no sabía nada”, vuelve a tomar fuerza y a aterrizar en las librerías como una nueva moda.
Basta tan sólo con abrir un poco los ojos y correr del medio los “libros spam” que se acumulan mes a mes en los estantes (asegurando desde ahí tener las respuestas a todos los problemas) para distinguir una nueva generación de libros que combinan lo mejor de ambos mundos. Por un lado, ensayos filosóficos sobre moral, la voluntad de poder y el nihilismo y por el otro, aquella nueva narrativa o “literatura audiovisual” que con los años fueron construyendo las series y películas. Ahí están pues La filosofía de House: todos mienten (Selector editorial), La filosofía de Lost: la isla tiene sus razones (Libros del Zorzal), Lost: la filosofía (Grijalbo) y los recientes y no menos interesantes Los Soprano y la filosofía y El Señor de los anillos y la filosofía, ambos de editorial Ariel.Cada una a su manera, estas obras son la prueba de que lejos de morir y ser sepultada como decretó (y quizás por lo bajo deseó) el astrofísico inglés Stephen Hawking en su último y publicitariamente inflado libro, El gran diseño, la filosofía más bien evolucionó en los últimos años. O mejor: que los editores finalmente abrieron los ojos y vieron que en este cruce entre TV y cine y Platón, Nietzsche, Sartre y compañía se abría un nuevo mercado a explorar.
La disciplina que con los siglos fue construyendo una imagen de solemnidad exacerbada, de temas profundos y abstractos destinados a ser divagados sólo por un círculo de cerebros privilegiado de repente hizo “pop”: como soñó e impulsó en su momento Gilles Deleuze y después aceleraron Michel Onfray y Slavoj Zizek, la filosofía comenzó a salir de su cárcel, las aulas de las universidades. Y experimentos de filosofía para no filósofos de repente se reprodujeron por todo el planeta como un virus.
Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta (1974) del estadounidense Robert M. Pirsig y El mundo de Sofía (1991) del noruego Jostein Gaarder abrieron el camino y demostraron en su momento la existencia de un interés, una pequeña llama que debía ser alimentada. Quedó claro que cualquier tema o cosa es capaz de intrigar. Todo sirve para pensar. Sólo basta con estar con los ojos bien abiertos como un cazador furtivo en busca de su nueva presa.
En su escape fuera de las aulas, la filosofía vio luz y también saltó a la televisión. Y fue en Seinfeld y la filosofía: un libro sobre todo y nada (1999) de William Irwin –por entonces, un profesor de filosofía de 26 años del King’s College de Pensilvania, Estados Unidos– en el que la filosofía pop encontró su primer gran boom editorial, algo bastante entendible en un país como Estados Unidos de una rica tradición en estudios culturales.
Lo que parecía al principio un chiste o una versión filosófica del affaire Sokal (Jerry Seinfeld es comparado con Sócrates, George Costanza con el hombre sin virtudes de Aristóteles y se analiza a Kramer bajo la lente de Soren Kierkegaard) terminó por atraer a un público nuevo y curioso con ganas de seguir en contacto con sus ídolos televisivos incluso en un libro de filosofía desacartonada.
Desde entonces, a Irwin se lo compara a grandes rasgos con Andy Warhol. No por su genialidad sino por su actitud e intención de romper con la seriedad de una tradición milenaria y de observar y rastrillar el ecosistema de la cultura popular en el que habitamos (series, películas, música, videojuegos, deportes y muchos etcétera) desde una perspectiva filosófica.
“Desde hace cientos de años que la filosofía tiene un problema de relaciones públicas –cuenta Irwin, quien luego de su primer experimento estableció una colección en la editorial Blackwell llamada Pop & Philosophy (www.andphilosophy.com)–.
Al vincular la filosofía y la cultura popular llevamos a la filosofía más allá de la academia. La cultura popular es el lenguaje comercial de nuestra época. Y debemos aprovechar esta situación y usar series y películas como vehículos, como disparadores.
La mayoría de los filósofos comprenden que con estos libros tratamos de difundir la filosofía como lo hacía Sócrates. A veces me topo con algunos prejuicios, pero no permito que me molesten mucho”.
Desde aquel Big Bang de la filosofía pop, ya hay más de 50 títulos que toman una serie o película (desde The Office a 24 y los X-Men ) y le agregan el “y la filosofía” (o “La filosofía de...”), una modalidad similar a la vivida en la divulgación científica con libros del tipo La ciencia de La Guerra de las Galaxias (Jeanne Cavelo, 2000) o La física de los superhéroes (James Kakalios, 2009).
De esa combinación salieron propuestas, algunas atractivas y otras algo forzadas pero que a la larga ayudan a salir de la pasividad del mero consumo para incitar la reflexión: Batman y la filosofía: el señor oscuro del alma, Tomar la pastilla roja: ciencia, filosofía y religión en The Matrix, U2 y la filosofía: cómo descifrar una banda atómica, El filósofo en el fin del universo: filosofía explicada a través de la ciencia ficción, James Bond y la filosofía: las preguntas son para siempre y el reciente y muy esperado Mad Men y la filosofía: nada es lo que parece.
Por ahora pocas de estas propuestas probaron suerte en la Argentina. Quien más conoce del tema es Leopoldo Kulesz, director de Libros del Zorzal: “En la feria de Frankfurt de 2009, un agente literario me presentó la colección Pop & Philosophy de la editorial Blackwell integrada, entre otros, por el libro La filosofía de Lost –comenta–. Lo leí rápido y, como adicto a Lost, resultó una lectura agradable e interesante. Compré los derechos y lo publicamos para la Feria del Libro de Buenos Aires 2010. Vendimos, sólo en nuestro stand, más de mil ejemplares”.
Pero cuando parecía que el mismo fenómeno que tuvo éxito en Estados Unidos estaba encaminado a repetirse en el país, algo pasó. “Por acto reflejo, compré de la misma colección los derechos de La filosofía de Crepúsculo, La filosofía de Harry Potter, La filosofía de Batman y La filosofía del hombre araña –continúa Kulesz–. Cuando salió La filosofía de Crepúsculo, algo empezaba a hacerme ruido. Claro, Crepúsculo como Harry Potter, Batman y El hombre araña me interesaban tanto como la cría de mejillones en la costa bretona. Me había dejado entrampar en la lógica del ‘se vende mucho, luego edito’ cuando desde mis inicios como editor el precepto fue siempre ‘me parece importante difundir, luego edito y dedico todos mis esfuerzos para vender a morir’. Así, devolví los derechos de Harry Potter , Batman y El hombre araña a su editor original, perdí los anticipos pagados y me prometí no dejarme encandilar nunca más por otras colecciones que no me interesan difundir. Salvo, como es obvio, que el primer libro se venda mucho”.
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