Platón 2.0 from minervagigia
"La vida, dijo (Pitágoras), se parece a una asamblea de gente en los Juegos; así como unos acuden a ellos para competir, otros para comerciar y los mejores (vienen) en calidad de espectadores, de la misma manera, en la vida, los esclavos andan a la caza de reputación y ganancia, los filósofos, en cambio, de la verdad." Diógenes Laercio, Vidas de filósofos ilustres, VIII
jueves, 27 de marzo de 2014
jueves, 6 de marzo de 2014
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Publicado por
JOSÉ DAVID
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NOTICIAS SOBRE FILOSOFÍA
lunes, 3 de marzo de 2014
PUTNAM Hilary “El desplome de la dicotomía hecho / valor y otros Ensayos”,
PUTNAM Hilary “El desplome de la dicotomía hecho / valor y otros
Ensayos”, traducción de Francesc Forn i Argimon, Barcelona, Paidós
Ibérica, S.A., 2004, p. 215.
Este texto trata sobre la dicotomía hecho / valor, su desarrollo y
defensa histórica y la importancia de los problemas que presenta con
respecto a la economía tradicional. En este texto se recogen una serie
de conferencias dadas por Putnam para la Fundación Rosenthal y la
Northwester University School of Law en el año 2000 y otros ensayos,
originalmente publicado en año 2002 por Harvard University Press con
el título The Collapse of the Fact/Value Dichotomy and other Essays.
Aquí, Putnam pretende mostrar que la dicotomía hecho / valor no se
sustenta por sí misma y que no es más que un residuo de la distinción
kantiana entre juicios sintéticos y analíticos, distinción que fue
interpretada como dicotomía por algunas corrientes, entre ellas la de
los positivistas lógicos.
En el primer capítulo, el autor establece los antecedentes de la
dicotomía en la propuesta de Hume sobre la falacia naturalista -la
imposibilidad de justificar la inferencia de un “debe” desde un “ser”-, y
la relación, para este filósofo, entre hechos e ideas.
La distinción entre juicios éticos y otros juicios, que hace Hume, es de cierta
utilidad, sin embargo, en opinión de Putnam, esto no indica que exista
en su filosofía una dicotomía entre hechos y valores. La dicotomía
surge de la extensión al límite de su par kantiana entre juicios
analíticos y sintéticos, bajo la cual los positivistas lógicos proponen la
división de los juicios en los verificables, las proposiciones de hechos
o proposiciones sintéticas a posteriori según la terminología kantiana;
los juicios analíticos que comprenden las tautologías y, en oposición a
Kant, las proposiciones matemáticas; y aquellas pseudo proposiciones
que carecen de valor cognitivo: las proposiciones sin sentido de la
metafísica, de la estética y de la ética. Es precisamente la noción de
hecho, tal como la conciben los positivistas lógicos, la que está detrás
de la división entre juicios con valor cognitivo y juicios valorativos.
Para Hume, un hecho es algo de lo que puede haber impresión sensorial.
Para el Carnap de 1928, un enunciado fáctico es un
enunciado acerca de las experiencias sensoriales propias del sujeto y
los juicios éticos no se incluyen bajo este criterio. En 1936, Carnap
liberaliza este criterio y divide las proposiciones de la ciencia en
enunciados cognitivamente significativos y términos observables o
reducibles a términos observacionales, incluyendo, en el lenguaje de la
ciencia, la parte analítica dada por la matemática o la lógica. Bajo este
parámetro, los términos teóricos, tales como carga, átomo, electrón
etc., no tenían, al no ser observables, sentido como cualquier
seudoproposición de la metafísica, la ética y la estética.
A raíz de esto,
Carnap en 1938, reformula el criterio de significatividad abandonando
los predicados observacionales o su reducción e incluyendo los
términos teóricos o términos primitivos, términos que se constituyen
en empíricamente significativos. La descripción de un hecho, después
de esta reformulación, se organiza en una combinación entre términos
observables -términos que son interpretados completamente pero cuyos
procedimientos probatorios son muy simples tales como azul, caliente,
contiguo etc.-, y términos teóricos –términos que son interpretados
parcialmente-, los medios para obtener proposiciones que realmente
enuncien hechos.
Sostiene Putnam, que esta formulación empobrece el
lenguaje positivista, y a este empobrecimiento se suma el embrollo
insoluble, en opinión del autor, de la división de los enunciados
fácticos propuesta por Quine en 1950, división que distingue entre
enunciados de hecho y convenciones.
Por otro lado, pensadores como
Pierce, James, Dewey y Mead -los pragmatistas clásicos-, manifiestan
que los valores y la normatividad permean la totalidad de la
experiencia y, en consecuencia, la selección de teorías científicas
presupone una elección entre valores.
Así, se diferencia entre valores
éticos y valores epistémicos, tales como coherencia, plausibilidad,
razonabilidad, simplicidad o belleza, usados bajo la preocupación de
establecer una correcta descripción del mundo. Sin embargo, existen
dentro de los valores éticos, ciertos valores que desde algún punto de
vista pueden ser considerados normativos y desde otro descriptivos,
como por ejemplo “grosero”, “cruel”, etc., términos a los que les da el
nombre de conceptos éticos densos, sobre los que se sustenta la
superposición entre hechos y valores y que le sirven al autor de
contraejemplo frente a esta dicotomía.
A esta imbricación le dedica el
segundo capítulo, en el cual da por tierra con la concepción del
lenguaje que plantea que lo que es un hecho no puede ser un valor,
pues, gran parte del vocabulario descriptivo de nuestro lenguaje se
encuentra imbricado con los valores y, en consecuencia, después de analizar las tesis de pensadores como Hare, Mackie, Iris Murdoch y
Jonh Mc Dowell, entre otros, ratifica que la relación entre valoración y
descripción es de interdependencia, cuestión ésta ignorada por los
positivistas lógicos.
En el capítulo 3, trata esta intersección en la obra de Amartya Sen.
Es así como expone la mala interpretación de algunos economistas, en
opinión de Sen, acerca de los planteamientos de Adan Smith. Analiza
la relación entre preferencias y elección racional, la motivación de los
agentes racionales, el concepto de utilidad y la negación de la
comparación intersubjetiva entre facultades, y concluye que “la
economía del bienestar no puede evitar afrontar cuestiones éticas
sustantivas”1, para después centrar sus planteamientos en la noción de
“enfoque de capacidades” de Sen. Para la economía tradicional, el
manejo entre hecho y valor es de forma dicotómica, mientras que la
descripción de Sen sobre las “capacidades para funciones valiosas”,
consiste en conceptos imbricados, por lo cual la ética y la economía no
pueden ser separadas, si se quieren hacer evaluaciones responsables en
economía del bienestar y del desarrollo.
El cuarto capítulo, también dedicado a Sen, describe y argumenta
en contra de los inicios prescriptivistas de este economista. Comienza
por el intento de Sen de reconciliar la tesis no cognitivista,
representada allí por los planteamientos de R. M. Hare, de que los
juicios de valor son sólo un modo de expresar nuestra sanción de
ciertos imperativos con la posibilidad de dar razones a favor o en
contra de juicios éticos.
Putnam afirma que la tesis del paso de un
juicio de valoración a un imperativo se sostiene sobre el nada
razonable requisito, que plantea Hare, de que los valores tienen un
carácter inherentemente motivacional y esta afirmación es el centro
mismo del prescriptivismo.
En sus inicios Sen adjudica la parte
descriptiva de sus términos “secundariamente valorativos”, ejemplos
de lo que Putnam llama conceptos éticos densos, a una convención, es
decir, a aquello que normalmente se asocia a la noción de que se trate y
esto, para Putnam, es un error portentoso, ya que hacer recaer el
significado en lo que la mayoría piensa cuando usa la palabra implica
relaciones de sinonimia poco plausibles.
Por otro lado, se encuentran
los “juicios compulsivos” de Sen, juicios de valor que equivalen a un
imperativo absolutamente incondicional del tipo que propone el
prescriptivismo de Hare, en los cuales desde un “hay que derogar la
pena capital” se arriba al imperativo “deroguemos la pena capital”, que aquí significa “Deroguemos la pena capital sin que importen las
posibles razones en contra de hacerlo”; sin embargo, para Sen, no todo
juicio de valor es un juicio compulsivo, como es el caso del juicio
“esto es de mayor calidad que aquello”, juicio que no lleva al
imperativo “escojámoslo”, rebatiendo así la tesis de Hare, de que un
juicio de valor es la forma de sancionar un imperativo en particular.
Otra distinción de Sen, es aquella entre los juicios de valor “básicos” y
“no básicos” para un sistema de valores. Un juicio es básico si no
existe ninguna revisión fáctica que haga que se reconsidere el juicio y
es “no básico” en caso contrario, por esta vía Putnam llega a la
conclusión de que no es posible ofrecer ninguna razón convincente
respecto a la irrelevancia lógica de los hechos con respecto a los juicios
de valor, después de plantear una discusión entre el economista y Ayer,
quien escribe como si todos los juicios de valor fueran básicos y
considera que la afirmación de que un juicio de valor puede sustentarse
en razones, no tiene, ni sentido lógico, ni sentido científico.
Trata el autor, en el quinto capítulo, acerca de la racionalidad de
las preferencias, donde retoma la argumentación en contra de la
legitimidad del axioma de compleción de la teoría canónica de la
decisión, y da respuesta a una de las objeciones que se le hicieron en su
momento.
El problema gira en torno a la indecisión, en una decisión
existencial, entre dos pares de “paquete de bienes”, bien porque al
agente ninguno le parece atractivo o porque ambos son igual de
atractivos.
Esta indecisión puede ser catalogada de irracional; pero
Putnam replica que los axiomas de la teoría de la preferencia racional
privan al agente de lo que puede ser más importante para él, a saber, la
libertad de elección, pues, ésta no se encuentra presente entre los
artículos que conforman los distintos paquetes de bienes.
La objeción,
hecha a este planteamiento considera que la importancia que le otorga
el agente a su autonomía es en realidad irracional, bajo dos
argumentos: el primero de ellos afirma que la decisión del agente está
determinada por algo intrínseco a su constitución y, en consecuencia,
la decisión se convierte en una preferencia racional; y el segundo
plantea que frente a la indecisión del agente serán las motivaciones
externas las que inclinarán la balanza.
La autonomía es irracional, ya
que no es más que un sentimiento del agente, y la teoría de la
preferencia racional es “neutral con respecto a los valores”.
La
comparación entre el escepticismo autónomo irracional y el de Bernard
Williams, quien no cataloga al agente de irracional, tienen en común la
creencia en que el discurso sobre las razones para preferir entre pares
de bienes tiene que ser, o reconstruido como un discurso sobre causas
internas, entendiendo causa como un hecho natural, o rechazado por
metafísico, a lo cual Putnam responde que el discurso ético lo que
necesita es guiarse por un punto de vista ético, en el sentido estricto de
ético y en el amplio de buena vida.
Putnam se pregunta, en el capítulo sexto, por la creación o el
descubrimiento de los valores. Su respuesta es similar a la que daría
John Dewey y consiste en que inventamos maneras de enfrentar
situaciones problemáticas, descubriendo cuáles son las mejores o las
peores, lo que implica un aprendizaje, pero también, una
reconsideración y eventual cambio de valores. A esto se suma el
tratamiento de las objeciones de Rorty, quien argumenta en contra del
realismo presente en la obra de Dewey, y las que Putnam denomina
“reduccionista” vinculada a la fenomenología empirista.
Después de
esto, se trata el tema de los criterios de decisión sobre la justificación
de las valorizaciones y la respuesta de Dewey que versa sobre la
negación de la neutralidad axiológica del investigador, la no existencia
de un único criterio en ética para la justificación y la validez de los
presupuestos de la investigación en general en la investigación sobre
valores en particular.
En el capítulo séptimo, dedicado a la dicotomía hecho /valor en la
obra de Habermas, acusa a éste de mantener algunos rasgos positivistas
en su obra. Sustenta esta afirmación, sobre la distinción entre valores y
normas; los primeros, enclavados en la noción de mundo de vida y, por
ello, productos contingentes y relativos sobre los cuales no existe
discusión; y las segundas, oraciones universales de deber o mandatos
que poseen validez social, ya que son reconocidas y justificadas por
sus destinatarios.
En este sentido, Putnam afirmará, por un lado y
apoyándose en los planteamientos de Korsgaard, que sin el vocabulario
valorativo no hay forma de enunciar la norma; y, por otro lado, esta
vez, a través de Williams, que el relativismo en los valores afecta a la
norma.
Otro problema, presente en la obra de Habermas, gira en torno
al término de la discusión en la acción comunicativa, así Putnam ofrece
los planteamientos de Peirce acerca de la discusión indefinida y las
tesis de Apel acerca del acuerdo en el límite de la discusión, entrando
con esto a la teoría de verdad de estos autores, frente a la cual plantea
la posibilidad del conocimiento del propio deber para el agente, en
primer lugar, y los problemas de interpretación en una comunidad
discursiva que ocasionan los conceptos éticos densos, en su doble uso
descriptivo y valorativo, en segundo.
Putnam opina que cuando se
llega a un acuerdo, según la ética discursiva, éste se da porque los
agentes en la discusión son moralmente sensibles, imaginativos, imparciales, etc., y estos conceptos, no son simplemente éticos, sino
más bien éticamente densos, es decir, aunque mantienen su contenido
valorativo, se extienden para incluir un contenido descriptivo.
En el fondo de estos problemas, tratados desde la postura de Habermas, se
encuentran los problemas de las éticas de corte kantiano.
Aunque para Dewey, Peirce, Dirac y el propio Putnam, los
valores están incluidos dentro del quehacer científico, otros filósofos
de la ciencia, tales como Popper, Reichembach, Carnap y Quine, entre
otros, no están de acuerdo con esto, realizando intentos para evitar
reconocer esta cuestión, intentos que Putnam examina en el último
capítulo de este texto.
-
El texto presenta un refrescante punto de vista que retoma los
problemas clásicos de la ética, cuestionando las dicotomías que los
sustentan. Bajo esta perspectiva Putnam presupone del lector el
conocimiento de ciertos aspectos de la ontología, ética y economía
contemporáneas que no son de fácil factura. No obstante, una vez que
se sortean los presupuestos del autor, las críticas a otras propuestas y
sus opiniones se presentan del todo claras y plausibles.
María Carolina Álvarez
Instituto de Filosofía Universidad Central de Venezuela
malvarezpuerta@yahoo.es
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