lunes, 13 de marzo de 2017

La edad de la Ilustración


La edad de la Ilustración corresponde al siglo XVIII. El espíritu de la Ilustración era la idea de progreso. Esta filosofía viene de la revolución científica e intelectual del siglo XVII. La Ilustración transmitió y popularizó las ideas de Bacon y Descartes, de Bayle y Spinoza, y, sobre todo, de Locke y Newton. Transmitió la filosofía de la ley natural y del derecho natural. Nunca hubo una época tan escéptica respecto a la tradición y tan confiada en los poderes de la razón humana y de la ciencia. Por todas partes se experimentaba el sentimiento de que los europeos habían salido, al fin, de un largo crepúsculo. Se consideraba el pasado como un tiempo de barbarie y de oscuridad.
Los hombres Modernos vs hombres Antiguos.
En el siglo XVII hubo una disputa entre los hombres de letras de Inglaterra y Francia que se le conocía como la querella de Antiguos y Modernos. Los Antiguos sostenían que las obras de los griegos y de los romanos nunca habían sido superadas. Los Modernos, atendiendo a la ciencia, al arte, a la literatura y a la invención, declaraban que su propia época era la mejor, que era natural que los hombres de su tiempo fuesen mejores que los antiguos, porque venían después y contaban con las realizaciones de sus predecesores. La querella nunca se resolvió. Los europeos siempre se habían sentido mejores que los antiguos, por ser cristianos, mientras los antiguos eran paganos.
Por ésta época, era muy amplia la fe que tenían en la razón. No era probable que la gente instruida, después del 1700, fuese supersticiosa, o sintiese terror ante lo desconocido, o permaneciese adicta a la magia. Los hombres modernos no sólo dejaron de temer al diablo, sino también dejaron de temer a Dios. El símbolo que se les ocurrió a los hombres modernos fue el del Relojero frente al Dios creador. Todo esto favoreció el espíritu del secularismo en Europa. Las iglesias y los eclesiásticos perdieron autoridad y prestigio. La economía y la política, los negocios y el estado, ya no se encontraban supeditados a fines religiosos.
Los filósofos.
A través de los llamados “filósofos” se extendieron las ideas de la Ilustración. Anteriormente, los autores habían sido, por lo general, caballeros ociosos, o protegés de patronos aristocráticos, o profesores o clérigos mantenidos a renta. En la edad de la Ilustración, muchos eran independientes, escritores o periodistas con un espíritu crítico e inquisitivo que escribían para el público.
El público lector se había ampliado considerablemente. La clase media instruida, comercial y profesional, era mucho mayor de lo que nunca había sido. Los periódicos y las revistas se multiplicaban, y la gente que no podía leerlos en casa iba a leerlos a los cafés o en salas de lectura organizadas para ese fin. Surgió también una gran demanda de diccionarios, de enciclopedias y de compendios sobre todos los campos del conocimiento. Es por ello que el estilo literario del siglo XVII se hiciera fluido, claro y preciso.
Otro aspecto que influyó de manera diferente en los diversos estados fue la censura. La teoría de la censura consistía en proteger al pueblo contra las ideas perniciosas. En Inglaterra la censura fue tan suave que tuvo poco efecto. En cambio, en España hubo una censura muy fuerte y pocos escritores originales. En Francia, la censura fue muy compleja, pero un gran número de público lector y autor. La censura, en líneas generales, tuvo un efecto pernicioso para las letras y el pensamiento francés. Al estar legalmente prohibido criticar a la iglesia o al estado, dirigían sus críticas hacia un plano abstracto. Por ejemplo, hablaban de las costumbres de los persas y de los iroqueses, pero no de las costumbres francesas. Sus obras se llenaron de dobles significados, de pullas disimuladas, de indirectas y de burlas. En cuanto a los lectores, desarrollaron un gusto por los libros prohibidos.
En París, que fue el corazón del movimiento, se publicó la más importante de todas las empresas filosóficas, la Encyclopédie, editada por Denis Diderot en diecisiete grandes volúmenes entre los años 1751 y 1772. Era un gran compendio del conocimiento científico, técnico e histórico, que traslucía una profunda actitud crítica respecto a la sociedad y a las instituciones existentes, y que sintetizaba el espíritu escéptico, racional y científico de la época. Colaboraron todos los filósofos franceses: Voltaire, Montesquieu, Rousseau, D´Alembert, Buffon, Turgot, Quesnay y muchos otros.
Otro grupo de pensadores era el de los Fisiócratas, a quienes sus críticos llamaban “economistas”, palabra inicialmente aplicada con una ligera intención insultante. Los fisiócratas se interesaban por la reforma fiscal e impositiva, y por las medidas para incrementar la riqueza nacional de Francia. Fueron los primeros en utilizar la expresión laissez faire (dejad hacer), pues creían que la riqueza aumentaría si hubiera una mayor libertad para la inversión y para el comercio y la circulación de mercancías, aunque insistían en la autoridad planificadora de un gobierno ilustrador.

Montesquieu, Voltaire y Rousseau.
Los más famosos de todos los philosophes fueron los tres franceses, Montesquieu, Voltaire y Rousseau. Aunque los tres eran profundamente distintos entre sí, los tres pensaban que el estado de la sociedad existente podía ser mejorado.
Montesquieu fue un aristócrata terrateniente. Su gran doctrina se dirigía contra el absolutismo real en Francia (al que él llamaba despotismo), era la separación y el equilibrio de poderes. Defendía que el poder en Francia debería estar dividido entre el rey y muchos cuerpos intermedios. Esta doctrina tuvo mucha influencia en América en 1787 al redactarse la Constitución.
Voltaire que procedía de una acomodada familia burguesa, no fue hasta los cuarenta años cuando se dedicó intensamente a las cuestiones filosóficas y públicas. Su fuerza radica en la facilidad de su escritura. Es el más fácil de leer de todos los grandes escritores. Era siempre cortante, lógico, incisivo, burlón y sarcástico. Voltaire estaba interesado especialmente por la libertad de pensamiento. Fue un gran admirador de Inglaterra (la filosofía inductiva de Bacon, la física de Newton y la psicología sensorialista de Locke). Lo que más admiraba de Inglaterra fue la libertad religiosa y de imprenta. Voltaire atacaba no sólo a la Iglesia Católica, sino toda la visión tradicional cristiana del mundo. Defendía la religión natural y la moralidad natural.
jeanjacques_rousseau_painted_portraitRousseau fue muy distinto a los dos anteriores. Fue protestante y de origen de clase baja. Era suizo y nunca se sintió cómodo en Francia ni en la sociedad de París. Fue abandonado siendo un niño y fugitivo a los dieciseis años. Realizó multitud de trabajos y no fue hasta los cuarenta años cuando tuvo éxito como escritor. Fue el hombre sin importancia , el marginado. Vivió con una muchacha ineducada, Thèrése, con la que tuvo cinco hijos y abandonó en un orfelinato. No tuvo posición social, ni dinero, ni sentido del dinero. Fue un inadaptado. Pensaba que los demás se burlaban de él o le traicionaban. Posiblemente fue un paranoico.
Rousseau, a pesar de su desequilibrio, fue el escritor más profundo de la época y el que más influyó. Pensaba que la sociedad era artificial, corrompida. Atacó también a la razón, calificándola de falsa guía cuando se sigue sólo a ella. En su discurso “El origen de la desigualdad entre los hombres ” (1753), sostenía que la civilización era la fuente de muchos males, y que la vida en un estado de naturaleza, si fuese posible, sería mucho mejor. Se convirtió en el “hombre del sentimiento”, en el “hijo de la naturaleza”, en el precursor del romanticismo cuyo momento se acercaba. Marginado e inadaptado como era, anhelaba una comunidad de la que toda persona pudiera sentirse parte integrante. Deseaba un estado en el que todos los hombres tuvieran un sentimiento de pertenencia y de participación. Por estas ideas, Rousseau se convirtió en el profeta de la democracia y del nacionalismo.

El pensamiento de la ilustración.
La fuente de la Ilustración estaba en Francia. Los Philosophes franceses viajaban por toda Europa. Federico II y Catalina II invitaban a sus cortes a los pensadores franceses. Era evidente que había una cultura uniforme, cosmopolita, entre las clases altas de casi toda Europa, y esta cultura era predominántemente francesa.
Se creía que el más importante instrumento de progreso era el estado. Ya fuese bajo la forma de monarquía limitada según el modelo inglés defendido por Montesquieu, o del despotismo ilustrado preferido por Voltaire, o de la comunidad republicana ideal pintada por Rousseau, se consideraba que la mejor garantía de bienestar social era la sociedad rectamente ordenada. Era el estado ilustrado al que el pueblo miraba ahora en busca de salvación, y toda esperanza de progreso se basaba en la reforma política, en la educación y en la creación de un ambiente ilustrado.
Aunque entendían la reforma dentro del marco del estado, los pensadores de la época no eran nacionalistas, sino “universalistas”. Creían en la unidad de la humanidad y sostenían que todos los hombres vivían bajo la misma ley natural del derecho y de la razón. Suponían que todos los hombres participarían igualmente en el mismo progreso, que, a largo plazo, todos los hombres estarían de acuerdo, y que el resultado de la historia sería una civilización uniforme, en la que todos los pueblos y razas participarían en igual medida.
Todo el pensamiento de la época se proponía hacer a los hombres libres. Todo el pensamiento de la Ilustración, de un modo u otro, estaba relacionado con el problema de la libertad.

El despotismo ilustrado.
El despotismo ilustrado surgió del absolutismo representado por Luis XIV o por Pedro el Grande. Los despotas hablaban poco de un derecho divino a su trono. Incluso justificaban su autoridad sobre la base de su utilidad a la sociedad, denominándose, como hacía Federico el Grande, “El primer servidor del estado”.
El despotismo ilustrado era secular; no se proclamaba depositario de ningún mandato del cielo y no reconocía ninguna responsabilidad especial ante Dios o ante la iglesia. El déspota ilustrado típico defendía la tolerancia religiosa. Fueron defensores de la autoridad de una iglesia universal. Los jesuitas no fueron gratos para estos monarcas, y en los años sesenta fueron expulsados de casi todos los países católicos. En 1773 se persuadió al Papa de que disolviese totalmente la Compañía de Jesús. Los diversos gobiernos interesados de Francia, de Austria, de España, de Portugal y de Nápoles confiscaron las propiedades jesuitas y se adueñaron de las escuelas de la Compañía. Esta no se reconstituyó hasta 1814.
El despotismo ilustrado fue también racional y reformista. El déspota típico se proponía reconstruir su estado mediante el empleo de la razón.
En Francia fue donde el despotismo ilustrado tuvo menos éxito. Todas las dificultades prácticas de la monarquía francesa se encontraban en su sistema tributario. Su impuesto más importante, la taille, una especie de contribución sobre la tierra, no era pagada, en general, más que por los campesinos. Los nobles, funcionarios públicos y los burgueses estaban exentos de ella. Además, la iglesia, que poseía entre el cinco y el diez por ciento de la tierra del país, insistía en que sus propiedades no podían ser gravadas con impuestos del estado. Luis XIV que trató de gravar a todos, Francia sucumbió bajo el desalentador principio de que el pago de impuestos directos era el signo indudable de una posición inferior. Por tanto, los nobles, los eclesiásticos y los burgueses se resistieron a pagar los impuestos.

En Austria, las reformas fueron llevadas por María Teresa y su hijo José. Mª Teresa, por motivos humanitarios, lanzó un ataque sistemático contra las instituciones de la servidumbre, lo que significaba también un ataque contra la aristocracia terrateniente del imperio. Su hijo, José II, fue un hombre serio, formal y bueno, que sentía la miseria y la desesperación de las clases más bajas. “El estado”, decía José,  significaba “el mayor bien para el mayor número”.  Y él actuaba en consecuencia. María Teresa había regulado la servidumbre, José la abolió. Su madre había recaudado impuestos entre los nobles y entre los campesinos, pero no equitativamente. José decretó equidad en la tributación. José concedió una total libertad de imprenta. Ordenó la tolerancia de todas las religiones. En cambio, suprimió muchos monasterios, utilizando las propiedades de éstos para financiar hospitales seculares en Viena, asentando así las bases de la excelencia de esta ciudad como centro de la medicina. Para imponer su programa, José tuvo que centralizar su estado. Lo que era justo debía ser justo en todas partes. Su ideal era un imperio perfectamente uniforme y racional.
José II, el “emperador revolucionario”, anticipó mucho de lo que en Francia fue hecho por la Revolución y bajo Napoleón. No podía soportar el “feudalismo” o el “medievalismo”; personalmente, detestaba la nobleza y la iglesia. Pero pocas de sus reformas fueron durareras. Murió prematuramente en 1790, a la edad de cuarenta y nueve años, desilusionado y lleno de amargura. José fue un revolucionario sin partido. Fracasó porque no podía estar en todas partes y hacerlo todo él mismo. Puso de manifiesto que una reforma drástica y brusca sólo podía introducirse con una verdadera revolución.
Federico el Grande, en Prusia, que reinó veintitrés años después del final de la Guerra de los Siete Años, pasó el tiempo apaciblemente, escribiendo memorias e historias, y reestableció su destrozado país, promoviendo la agricultura y la industria. La fama de Federico como uno de los más eminentes de los déspotas ilustrados se debe no tanto a sus innovaciones prácticas como a sus dotes intelectuales y a la pública admiración que le profesaban escritores amigos, como Voltaire. “Mi principal ocupación -escribía a Voltaire- es la de luchar contra la ignorancia y los prejuicios de este país… Tengo que ilustrar a mi pueblo, cultivar sus costumbres y su moral, y hacer a mis gentes tan felices como puedan serlo los seres humanos, o tan felices como lo permitan los medios de que dispongo”.
En Rusia tenemos que destacar el papel de Catalina la Grande. Ella era alemana que había ido a Rusia, a la edad de quince años, para casarse. Inmediatamente se ganó la simpatía de los rusos, aprendió el idioma y abrazó la religión ortodoxa. Ya en los primeros momentos de su vida de casada, disgustada con su marido, pensó en la posibilidad de proclamarse emperatriz ella misma. Sana y efusiva, tuvo una larga sucesión de amantes, a los que mezclaba arbitrariamente en la política y los utilizaba en funciones de estado. Cuando murió, a la edad de sesenta y siete años, de un ataque de apoplejía, estaba viviendo con su último amante. Sus facultades intelectuales eran tan notables como su vigor físico; incluso siendo emperatriz se levantaba muchas veces a las cinco de la mañana, encendía su propio fuego y se entregaba a sus libros, haciendo un resumen. Mantenía correspondencia con Voltaire, e invitó a Diderot a visitarla en San Petersburgo. Compró la biblioteca de Diderot, permitiéndole conservarla durante toda su vida, y en otros aspectos obtuvo gran renombre por sus favores a los philosophes.

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